Tengo muchísimas cosas que hacer. Una de ellas, y no menor, es qué hacer con mi vida. Tampoco estaría mal que hiciera la compra o terminara un prólogo que se me ha atascado. Hay gente a la que se le atasca el fregadero pero a los que somos más inútiles se nos atascan los prólogos. Desbordado, decido tumbarme. Abro ´Historia de la Puerta del Sol´, de Javier María Tomé. Me engolfo con este delicioso librito. Siempre me ha gustado la palabra delicioso. Y siempre he querido meterla en mis artículos, pero como escribo mucho de política, estoy más obligado a emplear el vocablo horrible, que sin ser horrible no me parece delicioso. Cuenta Tomé que en el primer año en que funcionó lo que sería el antecedente de la compañía Telefónica, en el siglo XIX, había 49 abonados en Madrid. Supongo que el Rey, los ministros y algún ricachón. Delgada debía ser la guía de teléfonos. Llámame, Manolo, mi número de teléfono es el 12, podría decir alguien. Qué cosas.

El café Imperial, abierto sobre 1850, tenía 71 veladores de cristal, 17 puertas, 80 mesas, billares de caoba. Daba a Alcalá y a la Carrera de San Jerónimo. Acudía un público heterogéneo. Señoronas, estudiantes bullangueros, jóvenes poetas, prósperos sastres, menestrales, periodistas, funcionarios y también celebridades. Iba Frascuelo, tal vez después de alancear once toros en una corrida en la que murieran 22 caballos. Y fue allí donde Manuel Bueno, un gran periodista, le dio el bastonazo a Valle Inclán que posteriormente lo dejó manco, dada la mala fortuna de que a causa del golpe se le incrustara un gemelo en la carne y la herida se infectara. La vida del que le dio el golpetazo, en el fragor de una discusión, al autor de Max Estrella daría para una novela. O un relato. Se podría titular: Yo dejé manco a Valle Inclán. Sin embargo, hay otros autores que sitúan este sucedido en el Café de la Montaña. Que también estaba en la Puerta del Sol. Puede que fuera el mismo café que cambió de nombre, o puede que Valle estuviera esa tarde en los dos cafés y de ahí la confusión. Incluso puede que estuviera pero por la mañana. De todo esto se deduce que Valle era aficionado al café. En esos tiempos no era la cosa como ahora que va uno a un café y pide un té o una infusión o un zumo químico a resultas de cuya ingesta te pueden salir pelos en las orejas. No. La gente iba a los cafés a lo que se va a los cafés: a gastar poco, criticar a los demás y beber café.

En todas las ciudades hay una Puerta del Sol, o sea, un espacio central y cargado de historia donde tal vez un generalote pegó tiros o se produjeran grandes manifestaciones o un preboste local lanzara una memorable alocución cargada de ira contra un Gobierno al que sin embargo no le llegara ni el más leve rumor de tal hecho. También en todas las ciudades hay cafés y mancos y hasta gente que no sabe qué hacer con su vida y deliciosos objetos a los que calificar como tal. Ahora hay una modernísima tienda de ordenadores donde estaba el café de Valle. Muy esbeltos los dependientes. Son diestros con ambas manos y brazos para repararte el iPhone.