El blanco no es buen color para los artistas. Si quedarse en blanco es una auténtica tortura, lo es mucho más estar sin blanca. Y si ambos casos se dan, el futuro se torna negro. Blanco y negro. Los dos colores de la paleta creativa. Negro como un firmamento sin estrellas. Blanco como un astro a punto de extinguirse. Debe ser un problema astronómico y no precisamente por su precio.

La pasada Noche en Blanco, decenas de artistas hacían brillar los espacios municipales. La mayoría de ellos haciendo gala (sin etiqueta) de su malgastado amor al arte. Los espectadores, ávidos de espectáculos anuales y gratuitos, exclamaban emocionados que aquello no tenía precio. Desconocían que sus palabras camuflaban una amarga realidad. Los entes públicos (y algunos no tan públicos) están acostumbrándose a que en tiempos de crisis la moneda de cambio de los artistas esté acuñada con falsas oportunidades. Monedas sin valor en el mercado de la carne, la verdura o el pescado.

Los actores y actrices, pintores, cantantes, músicos, escritores, ya forman parte de un nuevo clero vocacional. Los nuevos novicios, condenados a mendigar su valor, profesan voto de pobreza y resignación. Una vez ordenados en el arte de entretener al personal son enviados a evangelizar a un mundo en el que el dinero solo sirve para especular con ladrillos, valores bursátiles o futbolistas.

En una escena de la acertada película de los hermanos Cohen Inside Llewyn Davis, un cantautor que malvive en el complicado negocio discográfico, es invitado a una cena por sus amigos. En los postres, le piden amablemente que toque algo para ellos. Lewyn Davis estalla con un pronto desafortunado: «No soy un mono de feria. Así es como pago el alquiler. Yo no te invito a cenar y luego te sugiero que des una conferencia sobre los pueblos de Mesoamérica».

La cultura fugaz despierta el interés en el ciudadano. Hay colas en los museos, faltan sitios libres en los improvisados teatros, y no hay hueco en la plaza del Obispo para escuchar música clásica. Pero el resto del año desciende el interés por las pinacotecas, los actores se desnudan en salas de microteatros, y la Orquesta Filarmónica, orgullo de esta moderna y pujante ciudad, se desangra en las taquillas con 25 años recién cumplidos. El espectador tiene el interés efímero de las perseidas. Lágrimas de San Lorenzo que resbalan cada blanco minuto por su impresionado rostro y se secan al contacto con la almohada.

Un año más, la Noche en Blanco se despide rebosando espectadores ansiosos de volver a disfrutar de la gratuidad de la cultura. Inconscientes cómplices de un crimen a plazos perpetrado por el desinterés mediático, la piratería, el menosprecio y el IVA. Los cuatro jinetes del apocalipsis del arte que están a punto de extinguir a las estrellas. La astronomía será el gran aliciente cultural del futuro. Tendremos que comprar telescopios si queremos observar el fulgor de antiguas estrellas. Ya no habrá colores en las paletas, ni sonidos tras los atriles. El arte se habrá tornado blanco y mudo.