La nave regresa a puerto después de una azarosa travesía. Se trata de una corbeta de tres palos que ha sido bautizada como San Telmo en honor al Colegio Náutico del mismo nombre que la custodió y en el que fue utilizada con fines didácticos. Porque hay que decir que no se trata de un barco real sino de un modelo a escala en el que los alumnos practicaban las maniobras aprendidas durante las clases teóricas. Me resisto a llamarla maqueta: es una pieza única original del siglo XVIII, coetánea de esas otras corbetas Descubierta y Atrevida que protagonizaron la expedición Malaspina, una de las exploraciones científicas y geográficas más importantes de la Europa ilustrada. Gesta que ha sido novelada hace poco por la escritora malagueña de adopción Montserrat Claros en su libro La Biblioteca del Capitán de forma amenísima a la vez que rigurosa.

La San Telmo permaneció olvidada en un sótano del instituto Vicente Espinel hasta que unas alumnas la descubrieron por casualidad en 1981. De allí pasó al centro de interpretación del Castillo de Gibralfaro, donde se expuso desarbolada como si la hubiese azotado un tifón; el noviembre pasado volvió a casa con motivo de la muestra Gaona y el mar, organizada gracias al entusiasmo de los profesores del centro Víctor Heredia, Rafael Maldonado y Francisco Pareja, quienes ahora le prodigan mimos para devolverle su pasado esplendor. Debo agradecer a Juan Carlos Cilveti, experto en temas náuticos y buen conocedor de la materia, su gentileza al acompañarme a verla.

Mientras tanto, en ese maravilloso reducto llamado Astilleros Nereo se coloca la última cuaderna de armar del bergantín Gálveztown, réplica -esta vez a tamaño muy real- del barco comandado por Bernardo de Gálvez en la batalla de Pensacola. Ojalá los vientos sean favorables y podamos verlo muy pronto navegando a todo trapo por la bahía.