Es de una película de Woody Allen, de Desmontando a Harry creo, aquella cita en la que el genial director neoyorquino suelta de una de sus tantas citas geniales que viene a decir tal que así: «Las mejores dos palabras que puede escuchar cualquier persona no son Te quiero, sino es benigno». O algo así. Dos palabras. Cuánto dicen dos palabras, y cortitas, según que contexto, según qué receptor y según cómo de majara esté quien las diga. Olviden hoy ese clásico del «no es lo que has dicho, sino cómo lo has dicho». Es época de tuit, de mensaje de whatsapp a las dos de la mañana, de enigmático mensaje de Facebook, en el que decimos de todo sin decir absolutamente nada y que bien podría resumirse en dos sencillas palabras. Esas dos palabras que bien valen para decirle al enamoradísimo veinteañero que esos besos que él creía exclusivos, que eran magia alumbrada por zapatillas con neones de colores entre los más sabrosones versos de Daddy Yankee, son ahora para el Adri. Con dos palabras, y un bloqueo. Dos palabras bastan también para decirle a un (y perdonen mi elaborado ejercicio de sustitución del término sevillistas por, oh casualidad, las dos palabras que siguen) aficionado futbolero que ya está, que otra vez, y que ya van cinco, antes de romper a llorar y abrazarse a quien pille más cerca. Las dos palabras pueden invertirse en el mismo contexto, y de la lágrima que genera por alegrías, se transforma como sin quererlo y según donde entre la pelota en una saeta, en una penitencia, en otro añito más en el infierno. Si hablamos de la profesión, no sobran las palabras. Estas dos, me refiero. No hace falta que les diga cómo lo están pasando muchos compañeros periodistas que, a golpe de huelga y tragando mucha saliva, están intentando no tener que pronunciarlas. Quien les escribe, sin ir más lejos, comenzaba esta misma semana con incertidumbre, con cierto resquemor, nunca miedo, con el pulgar preparado para enviarlas a la parienta o a quien corresponda. Y este viernes, se cumplió. Afortunadamente, lo que se acabó fue la leche, y el súper está a la vuelta de la esquina.