Los conservadores hacen un trato con el diablo». Me lo acabo de encontrar en el Washington Post. Es el título de un imprescindible artículo de opinión del maestro Michael Gerson. Uno de los grandes columnistas de América. Conservatives make a deal with the devil fue publicado en la edición digital del W.P. el pasado 16 de mayo a las 8.01 de la tarde, hora de la costa este de los Estados Unidos. El artículo es más que brillante. Es honesto y valiente. Como fueron brillantes y valientes los trabajos de aquellos dos jóvenes periodistas, también del Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward. A los que leía hace ya mucho tiempo mientras ellos desarbolaban con sus investigaciones y sus bolígrafos la corrupta presidencia de Richard Nixon, el que fuera el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos de América.

Michael Gerson se considera un buen conservador. El primer párrafo de su artículo es hermosamente demoledor y sin duda doloroso para él. No evito la tentación de compartirlo con ustedes: «Donald Trump ha acertado en un punto importante. Atacó a los dirigentes del Partido Republicano acusándoles de ser unos débiles, sin energía y acobardados. Ahora los líderes republicanos se postran ante él, ofreciéndole su rendición como lo que son, unos líderes débiles, sin energía y acobardados. Su capitulación ha justificado aquella acusación». Uno de aquellos líderes que ahora se postran con una discreta repugnancia ante Trump, dijo en momentos de mayor lucidez y valentía que el candidato no estaba preparado para ser el presidente de los Estados Unidos, «ni moralmente ni intelectualmente». Aquel líder es el representante republicano de Nueva York, Peter King.

Recuerdo con respeto a Bernstein y a Woodward, a los que leía a diario en el Washington Post en aquella hermosa primavera de 1974. Entonces impartía este servidor de ustedes, como un joven profesor invitado, una serie de conferencias a los alumnos de la Escuela de Administración Hotelera de la Universidad de Cornell. En Ithaca, al norte del estado de Nueva York. Gracias al profesor Bill Kaven. Siempre se lo agradeceré a aquel generoso amigo. Ithaca y el campus de Cornell eran el paraíso terrenal. Un fin de semana bajé a Nueva York. Me habían recomendado una visita a La Côte Basque, uno de los grandes restaurantes de la ciudad. Y además ver una película. Recientemente estrenada. Se llamaba El Exorcista. Ya de regreso en la serenidad y la paz de los bosques y los lagos de Ithaca me di cuenta de que el cine norteamericano había adquirido una inmensa madurez. Como ahora la están adquiriendo sus columnistas, con poco que envidiar a sus antiguos maestros europeos.