La final de la Copa del Rey. Quizás el partido más bonito de la temporada porque en noventa minutos (si no hay prórroga, claro) los dos equipos que la disputan se juegan un título. El partido más bonito de la competición más divertida por aquello de que los equipos se enfrentan en eliminatorias directas. El que gana sigue adelante. El que pierde, eliminado. Y todavía se podría hacer más divertido si las eliminatorias fueran a un solo partido, dando así mayor chance al equipo más débil. Pero esto no es posible porque el fútbol no es sólo deporte, también es negocio y los clubes más potentes son los que mandan y prefieren el formato a doble partido. Normal.

Todos aceptamos que el fútbol no es sólo deporte. Es un negocio. Y muy bueno. Es evidente que para algunos es más negocio que para otros pero todos se llevan un trocito de ese pastel que son los beneficios que se producen. El negocio está muy bien montado. Se genera mucho dinero por derechos televisivos, por patrocinios, por venta de merchandising... Todos los días se habla de fúbol en la televisión. Es increíble el tiempo que dedican al deporte rey todos los informativos. En muchos casos en estos espacios se hablan de tonterías porque ya me dirán ustedes si el fútbol puede dar noticias interesantes para cubrir mínimo quince minutos en cada informativo.

Pero, como digo, todos aceptamos que es un negocio en el mismo momento que pagamos todos los meses una cuota a un operador televisivo para ver los partidos o compramos la camiseta de nuestro club a precios abusivos.

Pues bien, el partido de esta noche, esa gran final, no la pienso ver. No es que no me interese el fútbol, que no es el caso. Tampoco es que pase del Sevilla FC y FC Barcelona, que ambos me dan igual. No lo voy a ver porque esta final va más allá del fútbol y del negocio. Es un partido totalmente politizado. Y con eso no puedo.

Llevamos una semana en la que en esos informativos no se habla de fútbol. No sabemos si el Sevilla hará muchos cambios en su alineación por el desgaste de jugar el miércoles la final de la Europa League. No sabemos si en el Barça hay algún titular tocado. Nada de esto interesa esta semana. Lo que interesa es si se silbará el himno de España, si se abucheará al Rey o si se puede ir al campo con esteladas o no.

Sinceramente que no sé quién tiene la culpa de esto. Quizás todos un poco. Hay que respetar a aquellos que no sientan el himno nacional como suyo o que no piensen que el Rey no les representa. Pero no sé yo si un campo de fútbol es el mejor sitio para manifestar estas reivindicaciones políticas. Tampoco creo que faltar el respeto a otros sea la mejor fórmula de ejercer tu derecho a la libertad de expresión. Ya llega un punto que hasta piensas que muchos de los que pitan no creen en esas protestas, pero también silban.

Ahora bien, tampoco estoy de acuerdo con aquellos que pretenden que la solución está en prohibir. Es que además no solucionan nada con este método. Todo lo contrario. Quien decidiera prohibir lo que ha conseguido es que esta noche se multipliquen en las gradas las banderas esteladas. Y posiblemente que muchos ondearán esta bandera durante el partido aunque no estén de acuerdo con el significado de la misma, pero la mostrarán porque alguien decidió prohibirla.

¿Qué solución tiene todo esto? Pues evidentemente yo no la sé. Eso deben pensarlo y decidirlo aquellas personas supuestamente preparadas para dirigir este deporte, este negocio y este país. Lo que sí sé es quien pierde con todo este show. Pierde el fútbol. Son sus dirigentes los que deberían tener mayor interés en poner freno a esta politización de su partido. Son ellos los que deben buscar solución, si es que la hay.

Pero no sólo ellos. Los clubes no pueden mirar para otro lado en este problema. La imagen que se dará esta noche será lamentable una vez más. Seremos noticia en todos los informativos de todos los países europeos y no por los goles que se marque o por quien ganó el título. Ellos son los principales perjudicados y ellos también deben implicarse en buscar solución.