El mundo se barroquiza electoralmente. Suenan Donald Trump y las despedidas de soltero. Desasosegante cuestión de estilo, ésta, que viene de fuera. Afluyen razones objetivas para creer a partir de ahora en el apocalipsis. Y sin necesidad, siquiera, de que Rajoy salga del biombo con las líneas ocultas, que son las que acata para contentar -y poco- a Europa. Esta semana España se ha sacado una cifra que es la definición exacta de su fracaso, la deuda supera por primera vez en el siglo el cien por cien del PIB. ¿Quieren más decadencia? Y todo después, incluso, de los salvajes recortes, los mismos que espeluznan, incluso, al ministro Margallo. Mientras buena parte del gabinete de Rajoy se sumerge en la bobería y en el triunfalismo, la realidad del país es desalentadora; el presente está embargado y el futuro, que era lo único que quedaba, empieza a ser insuficiente. Faltan dinero para las pensiones, el modelo público agoniza y la única receta que se le ocurre a la cruzada liberal es seguir dando con el mazo y lancinando al contribuyente. Los recortes, y eso se nota en el nivel de endeudamiento, no han funcionado y lejos de procurar estabilidad financiera han sembrado sólo más sufrimiento y más caos. Con la legislatura volatilizada, la lección es obvia e indica que ése no era el camino y que las reformas tienen que llegar por otras vías, humanas y valientes. La degradación del consumo y de las condiciones laborales son el mejor ejemplo de un discurso no ya despiadado, sino profundamente antimonetario; ningún país se puede construir sin respetar a los profesionales, ni siquiera uno de saldo, salvo que se quiera convertir forzosamente en un abrevadero barato para los países que sí funcionan. Lo repite Gonzalo Fuentes, de CCOO, y el panorama se evidencia apelotonadamente en la Costa del Sol: maniobras cicateras para contratar a menos trabajadores y defraudar al cliente. En estas condiciones, lo único que van a aprender de Málaga los hosteleros formados es el camino al aeropuerto. De la fuga de talento se ha pasado al exutorio; España te expele. Y, además, con una voracidad y un sentido impaciente de la política que no entiende nada más que las migajas del rendimiento inmediato. Después de la peor década de la historia contemporánea, los datos ladran: tanta exigencia y sacrificio para aumentar la condena. Ése es el milagro económico.