Como decía el bueno de Benjamín Prado, me gusta la gente que hace favores no rehenes. Esa delgada línea roja entre el bienquedismo y el interés, que a la hora de la verdad salta por los aires con la miseria del papel moneda... La mayoría de gente frustrada, al darse cuenta de que hay cosas que no se pueden comprar con el vil metal, parece que tampoco quiere que las tengan los que realmente atesoran el arte de vivir la vida en otra frecuencia; el «por qué él si y yo no» no tiene horario ni fecha en el calendario: siempre habrá alguien al que no le falte de nada en esta vida que quiera lo que no tiene, pero, ay, amigo, ahí está la gracia, es mejor invertir en psicólogos que en hacer leña a costa de los demás. «Qué difícil es ser rico», que diría la señora Tita... A lo que yo añadiría: en valores.

Mientras tanto, la actualidad sigue dando muestras del amor absoluto por los euros. Las esteladas que más me preocupan no son las que estampan las cortinas de humos pseudodeportivas, sino las estelas de fango en las cajas B, la de fianzas a partidos por blanqueo y no con bicarbonato y limón precisamente. La de gente que sigue perpetuando las carreras políticas de buen vivir a estos señores, regalándoles el voto por orden y gracia divina, los asustaviejas y los estómagos agradecidos de concesiones, dádivas en forma de trabajos a dedos y acólitos en la miseria con su familia viviendo de la paga del abuelo que espera que esto vaya a mejor rezándole a la Virgen del Paño y a Mariano. Con Alfonso X se vivía mejor, les falta decir.

Luego están los santos varones como Albert Rivera, que se va a echar un cable a Venezuela, no sé si a repartir trigo o a hacerse la foto con un chándal de colores imposibles; ya mismo lo tendrán en sus casas reparándoles el termo del agua. Si es que son buenos, liberales, cristianos de poner la otra mejilla y foto oportuna.

Y Quiero ser monja, el programa de Cuatro... Parece que hoy en día lo más outsider es meterse en un convento y quizás así sea. Con el trabajo que cuesta que suelten el móvil imagínense lo que debe costar dejar de ser feligreses del dinero y la impostura para adorar a un dios que no ven. Acumular papel de colores, monedas, si puede ser un poquito de poder para machacar al prójimo y dejar claro cuál es mi posición social, por supuesto por encima de la del resto. Veo gente a la que no le falta de nada, acuciada por una ansiedad de acaparar más y más, a nivel de calle y en las altas esferas. La conciencia la relajan poniendo frases bonitas, recomendando charlas de Emilio Duró o repartiendo superioridad moral a sus congéneres, para que quede claro que su reino es de este mundo; con menos fondo que una lata de atún, la mayoría de ellos con un velo de cultura impostada, con su arsenal de recomendaciones de películas que nunca vieron, de discos que nunca escucharon y de libros preferidos que nunca leyeron, acumulando fotos de Instagram con sonrisas forzadas o mirando al infinito más solos que la una. Son tan pobres que sólo tienen dinero.

Luego ya si quieren conectan con First Dates y terminan de echar la noche, viendo cómo criaturas de dieciocho años están hartas del amor y de vivir, sin saber tan siquiera mantener una conversación de quince minutos, mirándose al espejo constantemente... Eso sí que da miedo. Si se desvelan por la noche seguro que pillan algún concierto de ésos de madrugada, una buena hora para poner música y que no la vea nadie, no vaya a ser que les dé por pensar.