Ayer inauguraron un Starbucks. En la ciudad de los sombras y mitad y el cortadito, manchado y nube. Se ensancha la oferta de cafeína al tiempo que se agranda la museística. El verdadero adiós a aquella guerra fría de los sesenta entre las dos grandes potencias es que puedas tomarte en Málaga un cafelazo americano talla XXL y después darte un garbeo por el Museo Ruso. Hay quien piensa que por cada establecimiento de una multinacional que abre se mueren un gatito y nuestro comercio tradicional. Será que se pasean poco, dada la hiper oferta en alza de tradicionales panaderías, churrerías, peluquerías y cafeterías que proliferan en Málaga aquí y acuyá. Es bueno que así sea. De los gatitos sí es cierto que no sabemos nada. Que dicen miau, si acaso. Es casi imposible darse un paseo y no tomarse un café, lo cual propicia encuentros, espolea tertulias, engrasa amistades, rompe monotonías, trenza negocios, aviva conspiraciones y combate males varios. A lo mejor si Valle, Emilio Carrer o Sawa vivieran en esta época escribirían sus artículos en un Starbucks o en un Costa Coffee o mantendrían en estos modernos lugares sus tertulias. «Traigame recado de escribir», que decía Ruano al menestral que le servía cada tarde una bandeja con pluma, folio, cigarrillos y vaso de agua. A lo que el autor de Mi medio siglo se confiesa a medias bien podría añadir: y un frapuccino doble con sacarina. No sabemos sin embargo si en un Starbucks Cela podría hacer aquello que solía en el Café Gijón, darle un duro a uno de los empleados para que a la hora de máxima afluencia se paseara gritando por entre las mesas: ¡Camilo José Cela, Camilo José Cela!, acuda al teléfono, que tiene una llamada. Todo, con el objetivo de que su nombre sonara y les sonara cada vez más a la concurrencia y a la gente.

Los cafetistas y cafeteros o cafetenses están de enhorabuena y los hipster pueden también tener sus propios espacios de tertulia tal vez para discutir los últimos éxitos del youtuber de moda, comentar lo más de Instagram o decidir si se dejan barba de nuevo o leen un ensayo sobre la posmodernidad líquida.

En la inauguración del Starbucks había muchos blogueros a la última, con indumentaria a la moda y gadgets tecnológicos en todos los bolsillos. Seguramente vendrían bien desayunados, pitufo mixto y sombra, gracias al camarero de toda la vida que les saluda por su nombre en el Bar Pepe que tienen en la esquina del barrio, donde hace ya tres generaciones que tiran las servilletas al suelo y se hacen finos análisis de los partidos del equipo local e incluso de las grandes finales. Bendita mezcolanza. Más negocio para los que leen los posos de café, más puntos de encuentro.

«La verdadera universidad española ha sido el café y la plaza pública», nos tiene dicho Unamuno, que no sabemos si a un mal barista le diría aquello de venceréis pero no convenceréis que le espetó malhumorado en Salamanca al cabestro de Millán Astray. Seguramente con el cuerpo cortado. O mitad.