Los extremos se tocan -incluso los extremeños- pero esa ya es otra historia y ahí está Google tendiendo la mano a la infantería mediática cuando, según el dogma imperante, se trataba y trata de un monstruo tal que Leviatán que no deja bicho viviente en la gran pecera global de la comunicación. Los dogmas son propios de los dogmáticos y viceversa, gente atenazada por el miedo y una pléyade de complejos de inferioridad que lo anteceden, acompañan y siguen su triste rastro.

A lo que iba, Google ha añadido una nueva etiqueta -la denominan local source- a su gran tinglado de manera que los medios de reducido radio no se vean aplastados por otros de mayor alcance y tonelaje. ¡Albricias! Un gesto que recuerda el arranque de la modernidad cuando los monarcas absolutos pactaron con el pueblo llano contra los señores de horca y cuchillo. No fue algo banal. Ahí y así arrancó nuestro mundo. En el caso del primer Estado moderno, el de los Reyes Católicos, derribó incluso los castillos para que no quedase ni la menor duda ni el menor rastro del feudalismo. Vivimos tiempos tan acelerados que en un parpadeo Google puede convertirse en otra cosa o desaparecer. Lo eterno es la iniciativa privada y por eso la exigencia de una competencia limpia que es tanto como hablar de igualdad de oportunidades. En España, el Gobierno, presionado por los mandarines del sector, ha cerrado la puerta a la realidad y no es posible acceder a lo mejor del glorioso Google desde finales de 2014. Un país feudal.