Resumiendo: con multa o sin ella habrá que reducir el déficit público. Que nos hablen de esto con pelos y señales, y no dándose palos y pañales quienes pretenden ser votados dentro de un mes por no tanto bebé con derecho a voto, que también los hay. En esta economía interdependiente y globalizada que, en el caso de España, comparte moneda además con otros países de la zona euro, uno no puede salirse por la vía Tarifa. Sólo conseguirá caer al Atlántico. Vale que Europa no sea lo que podría haber sido pero hace frío sin su abrigo. Y más si volvemos mojados de la caída.

Estilo ciego. Empecemos por hablarnos claro y corregir el rumbo de lo admitido como la única normalidad posible. Por qué la política, por ejemplo, tiene que ser esto que todo el mundo justifica como algo inevitable. Te acusan de ingenuo, incluso, si te niegas a aceptar no ya que en la política todo vale, sino que es el todo vale. Claro, participamos de un momento histórico en el que aceptamos gafas de sol con las que no se ve nada por el mero hecho de que la publicidad nos las vende con una voz sugerente, una imagen seductora y un nombre en inglés que no habíamos traducido: glasses blind style... O nos dejamos atrapar por un perfume que se llama cerdo, gorrino, in inglish, un producto altamente sofisticado. Los divertidos vídeos de la RAE para defenderse de la incorporación de tanto anglicismo al lenguaje publicitario en el mundo hispano, aunque hayan tardado tanto en producirse, deberían hacernos reflexionar sobre cuánto ateroma mental hemos ido acumulando en este batiburrillo interesado al que hemos llegado.

Sabor a Málaga. Como anécdota de campaña aún no en campaña me provocó una sonrisa, de todas formas, el «sabor a Málaga» que tenía el debate nacional a cuatro, en la SER, con dos candidatos malagueños, el 50% de los participantes: Carolina España, la peleona número uno del PP al Congreso por Málaga; y Alberto Montero, su profesoral equivalente por Podemos. Malaguita anécdota al margen, los debates sobre cómo no vaciar la caja de las pensiones antes de salir de ésta se sustancian, resumiendo, más o menos en lo siguiente…

A cuatro. Para el PP sólo la continuidad de sus reformas para la reactivación del crecimiento económico y su correspondiente creación de empleo devolverán a las arcas de la Seguridad Social lo necesario para mantener el -debilitado- estado del bienestar.

Para Podemos quienes más tienen son quienes deben inyectar vitamina social urgente, para que nadie más se descuelgue en un sistema actual que habrá que reformular por generar tanta distancia entre quienes están arriba y quienes están abajo (algo parecido a lo que reivindican sus socios en Unidos Podemos pero enfrentando el esquema «arriba y abajo» al tradicional de lucha de clases marxista y las viejas aspiraciones republicanas de IU).

Para el PSOE el PP es el demonio azul y Podemos e IU el demonio rojo. Lastrado por las contradicciones de su aún reciente experiencia de Gobierno, el PSOE trata de postularse como la alternativa socialdemócrata a quienes en la derecha yendo de buenos gestores han provocado el mayor déficit. Pero ya nadie cree en ese cara a cara que sólo interesa a quien corre el riesgo de perder el sitio en un bipartidismo desintegrado.

Para Ciudadanos (que ahora anda con su líder intentando hacer campaña contra Podemos desde Venezuela y obviando al PP para ocupar su suelo electoral pero pactando con el PSOE y con quien haya que pactar) sólo la nueva política que ellos representan frente al populismo de Podemos devolverá a España la senda del progreso, lo que se conseguirá mediante los acuerdos responsables necesarios por encima de las ideologías. O casi.

Turismo en campaña. Este miércoles ya será junio. Se avecina caluroso y me temo que acalorado. La temperatura meteorológica y la política coincidirán en eso. El turismo seguirá subiendo. Tendría su aquel promocionar los actos de campaña y el mismísimo domingo electoral como atractivos turísticos. A pesar del ambiente descreído y de cierto encabronamiento más o menos colectivo, las elecciones siempre fueron la gran fiesta de la democracia. Sobre todo versus el oscurantismo franquista y su dictatorial prohibición de celebrarlas. Recuerdo la primera vez que estuve en Nueva York y paseando me planté sin darme cuenta en un mitin de un candidato hispano en pleno Central Park. Cantamos, bailamos y nos dimos, como en misa, fraternalmente la paz. Lo pasé bien, a pesar de que tuve la misma sensación de infantilismo desbordado que me provocan la mayoría de los mítines patrios.

Se va mayo. Y es que no hay que dejarse fascinar por los anglicismos, como advierte la RAE. Resulta fácil considerar que el peor mitin del PP, PSOE, Ciudadanos o Unidos Podemos, incluso de los partidos independentistas, es más adulto que uno de Donald Trump… Porque hoy es sábado.