Felicitó el presidente boliviano Evo Morales a «los dos equipos españoles, campeón y subcampeón del mundo, con fútbol de primera», según relataba en Twitter a través de su cuenta oficial: @evoespueblo. No tardó en levantar una amplia polvareda. Fue criticado, entre otras cosas, porque en efecto «Europa no es el mundo». Pero su mensaje en la red social de los 140 caracteres terminaba así: «Paralizaron el universo». Y ahí sí que acertó sin matices. La final de la Liga de Campeones ya ha superado a la Super Bowl, la finalísima de la estadounidense Liga de fútbol americano, como la competición deportiva de mayor repercusión económica del mundo.

El impacto del encuentro del pasado sábado en Milán fue cifrado en 400 millones de euros. Más de 200 países lo siguieron en directo, con una audiencia televisiva superior a 180 millones de espectadores. Sólo en España, durante el duelo que volvía a mediar a dos conjuntos representativos de la Liga BBVA, la tanda de penaltis que guió el espectáculo casi hasta la medianoche fue seguida por 13 millones de espectadores -la cuota de pantalla alcanzó el 67,2%-.

Los números sí que avalan a Morales. El sábado se decidía el título oficioso de «campeón del mundo». Porque en un universo globalizado como el actual, nadie puede dudar del peso universal que en el deporte tiene esta máxima competición europea de clubes. Igual que en baloncesto nadie cuestiona que la final de la NBA -Cavaliers ya espera al ganador, esta próxima madrugada, del séptimo y decisivo partido entre Warriors y Thunder- decide al «campeón del mundo», aunque esta competición se limite al ámbito norteamericano.

Evo Morales, que fanático del fútbol fichó hace dos años de manera testimonial por el equipo Sport Boys de la primera categoría boliviana, ha reconocido en más de una ocasión que forma parte de una red internacional de lucha contra la globalización y la defensa de los pueblos indígenas. Así lo ha expresado incluso ante el plenario de la Asamblea General de la ONU.

Pero este reconocido seguidor del Real Madrid también ha terminado por reconocer que poco margen de maniobra existe en el balompié para luchar contra la tiranía que en el actual universo globalizado imponen los clubes españoles. La Supercopa de Europa, por ejemplo, la jugarán por tercer año consecutivo dos escuadras de la Liga BBVA. Pero el dato es aún más contundente si se tiene en cuenta que desde el verano de 2009 ese título, el que enfrenta a los campeones de las dos competiciones futbolísticas del Viejo continente, sólo terminó fuera de España en 2013.

Si hasta tenemos ya a entrenadores malagueños impartiendo en China clases de la nueva asignatura de fútbol, por qué no imaginar un planeta entero hablando idéntico lenguaje con el balón entre los pies. El fenómeno puede ser comparable al vivido en el ámbito tecnológico con el monopolio de las grandes firmas o bien con el experimentado en la música, donde expertos alertan sobre un panorama dominado por las rimas y estrofas propias del reggaeton.

Quién sabe si hasta el deporte no acaba en los modernos organismos para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, esos que aspiran a preservar la identidad de pueblos y comunidades.