El CIS de Soraya Sáenz de Santamaría se ha especializado en darle buenas noticias a la vicepresidenta. Sin embargo, todavía goza de una utilidad mínima cuando se exploran sus datos no estrictamente electorales. Por ejemplo, los sondeos del instituto reflejan de modo consistente que una importante cifra de españoles son felices por completo. Hasta cinco millones, en la transposición de los encuestados a la población total, se atribuyen un diez de felicidad. La absoluta infelicidad se tabula en el cero.

El contingente de españoles felices muestra una estabilidad a prueba de crisis. Asistimos a un nuevo triunfo de la voluntad sobre la inteligencia, porque no existe una correlación mínima entre la sensación de bienestar máximo y la conciencia simultánea de una situación económica peliaguda. O con las estrecheces personales de los encuestados, o con el miedo estable a la pérdida del empleo. Los españoles jubilosos no se engañan al negarse a caer en el desengaño.

El inicio de la extraña campaña de las generales vuelve a centrarse en el reparto electoral de odios. Los candidatos centran sus prédicas en los votantes insatisfechos. Dejan huérfanos a los cinco millones de contribuyentes felices al cien por cien, desdeñando de paso la fenomenal capacidad de arrastre que ejercen las personas bienaventuradas. Las elecciones aportan un catálogo de frustraciones a un país monumentalmente feliz, según los mismos sondeos que miden la distribución del voto.

La asignación tradicional de culpas se centra en la desigualdad entre pobres y ricos. El apego de los españoles a una vida jubilosa crea sin embargo una brecha entre felices animosos y desdichados irremediables. La solución drástica pero inevitable sugiere un desalojo de los infelices, que frenan la prosperidad del país con su comportamiento insolidario. Se crean así las condiciones idóneas para la fundación de una nueva empresa colectiva, basada al igual que la declaración de independencia de Estados Unidos en el «derecho inalienable» a la búsqueda de la felicidad.

Las personas felices o feliCIS acostumbran a ser aburridas, obligadas a desenvolverse con la pesada carga de su bienestar a cuestas. Sin embargo, España no presenta ningún riesgo de incurrir en el tedio, se ha abonado a las emociones fuertes. En un país de sentimientos encontrados, la interpretación más aproximada señala que los jubilosos no encuentran en la felicidad una reivindicación, sino una venganza. Contra el CIS, incluso.