Hubo una época en la que cada día, temprano en la mañana, cuando las encontraba, que no era siempre, me reunía con mis siete neuronas. Y cada vez les encomendaba la misma labor: explicarme qué sería de nosotros sin la herramienta de los opuestos, de las polaridades, de los antónimos..., o sea, sin el concepto de lo antagónico, lo antitético, lo contrario, lo disyuntivo... Con los años cuatro de mis neuronas murieron y, hoy, las tres heroínas que resisten se muestran tábidas para estas lides, aunque algo aportan aún. Por ejemplo, ya tengo claro que sin esta herramienta todas las tribus de nuestro universo político enmudecerían un mucho. ¿Quién prometería transparencia si no existiera la opacidad? ¡Ni el Tato...! A propósito, una amiga belga, que en su próxima vida será torera, dice, me ha explicado que el Tato era un torero maño del s.XIX que, como resultado de una cogida, perdió una pierna, y pretendiendo demostrar que él con una pierna podía torear, acudía a todas las corridas, por si acaso. Anne-Sophie, que así se llama mi amiga, ha incorporado la expresión a su francés cotidiano y anda todo el día con «le Tató» en la boca. Y en su boca suena bien.

Llevamos una chamada en la que la opacidad apela a la transparencia y la transparencia comparece y llena la boca de los políticos, los gestos de sus traductores y las bocas y gestos de los tertulianos exégetas. La transparencia política es la luz, su opacidad malandrina, la sombra. Y las sombras están de moda. Jung decía que todos nacemos originales y morimos copias. Si se hubiera referido a una determinada raza de políticos quizá habría dicho «nacen transparentes y mueren opacos». A saber.

Y seguro que, además, habría explicado qué es lo que los mueve de las luces del ideal y la convicción sana a las sombras del trampeo, la mentira, la manipulación y el saqueo. Y es que Jung tenía muchas neuronas, qué tío... Yo, con las tres que me quedan -pobrecitas mías, tan mayorcitas ya-, por más que medito sobre el particular de que en política no hay convicciones, sino circunstancias, no encuentro justificación suficiente, especialmente cuando me acuerdo de Juvenal, aquel poeta latino cañero que afirmaba que nadie se hace perverso súbitamente. A mí las circunstancias me están enseñando a conjugar el verbo despreciar con soltura, y a rememorar con más frecuencia la vez aquella en la que Benedetti, expresando lo que pensaba de la situación de Uruguay, dijo «acá hay tres clases de gente: la que se mata trabajando, la que debería trabajar y la que tendría que matarse...». Cosas de don Mario.

Donde tampoco faltan las luces y las sombras chanchis es en el tajo turístico. Turismo es esa cosa que los profesionales turísticos y los políticos agregados decimos haber inventado, sobre la que cada facción tribal se autoproclama guardiana de su santo grial, que es una especie de chirimbolo que nadie ha visto y nadie sabe adónde está, pero que todo el mundo custodia. Y es nuestra funambulesca relación con el grial-chirimbolo la que hace que unas veces nos derramemos en brillanteces y otras nos falten tres hervores de proactividad sostenible. Ahora, por ejemplo, que es tiempo de luces, lucimos ovantes y altaneros, y sacamos pecho:

Ardor guerrero, vibra en nuestras voces / y de amor turístico henchido el corazón / entonemos el himno sacrosanto / del deber, del turismo y del honor / honor... ¡Toma desfile y toma himno de infantería turística, tú...! ¡Im-presionante, Je-sulín!

Cuando de mostrar abanicada cola de pavo real se trata, lucimos garbosos. Distinto es cuando la pérdida de estancias toca a rebato, y exige que sean nuestras cuentas de resultados las que asuman las consecuencias de nuestros actos, en moneda de curso legal, obviamente. Sobre este particular, contaba Einstein, refiriéndose a la bomba atómica, que si hubiera previsto las consecuencias, se habría metido a relojero... Ingenioso siempre don Alberto.

Y al hilo de don Alberto y de las consecuencias, sería deseable que nuestro consejero de Turismo, que es depositario de muchas esperanzas, en su recurrente discurso sobre el potencial crecimiento de Andalucía no se refiriera a la Costa del Sol, si el crecimiento al que alude atañe al volumen de su oferta alojativa, porque por más luces que nos alumbren, las sombras existen, y, llegado el caso, podría no haber sitio para tanto relojero...