La gente está muy animada paseándose por la calle y comprando en sus comercios preferidos. Llevan en sus manos los paquetes de la última comprita del día. Las tiendas siguen llenas de gente, unas compran lo necesario para ir tirando, otras miran escaparates para calmar al gusanillo comprador. Nuestras criaturitas se cultivan en los colegios que tengo a izquierda y a derecha y, en las cafeterías cercanas, las jóvenes madres descansan unos minutos y comentan lo buenos e inteligentes que son sus angelitos. Hoy parece que se han olvidado de sus mártires. Sí, queridos lectores, no hay deporte más entretenido que grabar las reuniones unisex de los clientes de mi cafetería preferida. La vida no cambia, amigos. Probar a sentaros junto a un grupito de hombres o de mujeres y comprobaréis que todo sigue igual. Nada cambia. El tema de las conversaciones es hoy, el de ayer y el de siempre por muchas décadas que pasen, maridos, mujeres, suegras y niños. También oiréis las injusticias que cometen los profesores al calificar los exámenes de nuestras criaturitas. Siempre culparemos a la falta de preparación de los profesores aunque en el fondo sepamos que éstos nunca estuvieron mejor preparados. Si los niños nos traen una nota discordante asumamos que nuestro retoño ha hecho el vago este mes y no pensemos que don Manuel o semejante la ha tomado con la criatura.

Si alguna vez se os ocurriera ir a protestar, podríais tener un chasco terrible porque el profe os daría a leer el examen y a los tres segundos os sentiríais morir. Esta anécdota es totalmente verídica. La leí en un libro que escribió don Jerónimo, un antiguo profesor de mi infancia, cuando vivía en Sidi Ifni. La vida siempre se repite, siempre, por eso nuestros nietos son tan guapos. Lo juro, oiga.