Mirando la mañana, viendo cómo se esfuerza en traer el verano, cómo entre vencejos y flores de jacarandá se adelanta a su tiempo de soles repetidos, pareciera que el mundo es habitable, afectuoso, al menos llevadero. Pero la voz de tinta del periódico nos recuerda una vez más que estamos en un fangal resbaladizo y sucio en el que cada día la mancha ocupa más territorio.

A estas alturas del juego lo que me sorprende no es encontrarme con nuevos enjuiciamientos de altos cargos políticos apoyados en miles de pruebas que harían sonrojar a cualquier a condición de que nos quedase un mínimo de vergüenza o de capacidad de autocrítica, sino con las reacciones de los acólitos que, indefectiblemente, aluden siempre a la inocencia, la honorabilidad y sus sinónimos. Sin embargo, parece insostenible, llegados a este punto, seguir intentado explotar el discurso de que la corrupción no es generalizada sino puntual y aislada. Eso ya no cuela, no hay forma de sostenerlo desde una mínima seriedad. Es tanta y está tan repartida que habremos de asumir, de una vez por todas, que hay una infección sistematizada y que, probablemente, esto solo se arregle con amputaciones severas.

Y sin embargo, de tanto en tanto siguen queriéndonos hacer creer que todo este circo de corrupción que desfila por las páginas de los diarios, por las imágenes de los telediarios, por las ondas de la radio, es una persecución orquestada por periodistas malintencionados, por policías perversos y por jueces con oscuros intereses. Quieren que nos traguemos el cuento de que la gente más poderosa de este país puede ser hostigada injustamente por la prensa, la policía y la justicia y no tiene modo de defenderse contra ello, y que además eso no ocurre extraordinariamente, una sola y rara vez, sino todos los días, en todos los partidos, a una parte importante de sus dirigentes, sin que pueda remediarse.

Eso es ya insostenible, y sin embargo sigue siendo el «argumentario» habitual, el que se aprenden por la mañana, con el café del desayuno, para soltarlo luego cada vez que son interpelados, el que les enseña a decir que los de su partido son todos inocentes y honrados pero los del partido rival, ante hechos idénticos, son unos canallas culpables de todo sin la menor duda.

Y con todo esto, espero que no haya quien todavía se extrañe si el 26 de junio próximo mucha gente decide abstenerse no por desidia o por incivismo, sino por no cargar con la íntima culpa de ser cómplice de tanta porquería.