Todo país, en cuanto a desafuero, es una enfermedad del alma. Los hay más nervudos y, otros, que en su patología, acostumbran durante siglos a vivir del tópico. Francia, con su envidiable santoral literario, ha sabido hacer patria de la neurosis, pero eso no significa ni mucho menos que agote los honores e incorpore en exclusiva la causa a su patrimonio. Una vez, en Toulouse, un amigo de Níger me dijo lo que todo el mundo sabía de antemano: que los alemanes piensan con la cabeza, los españoles con el corazón y los franceses con una escalerilla afelpada entre ambos. La fórmula, obviamente, es inexacta. Y no sólo porque la racionalidad se niega y se riega a diario en Mallorca, sino porque aquí nada se deja fuera, ni siquiera la neurosis, si bien España aguanta el asunto con un pespunte propio, que no es otro que el folclore. En España, todo es folclórico, incluida la lucha de clases. Y esa atrofia cognitiva está en el ADN, sobre todo, en campaña, cuando todos se obsesionan con el pathos del origen, compitiendo a marchas forzadas por demostrar penosamente quién procede de un hogar más genuinamente pobre y proletario. Lo dijo la presidenta de la Junta en un rifirrafe de los del Parlamento: «Mi marido está tieso y soy hija de un fontanero». Desde que a la derecha eclesiástica le dio por pasearse por ahí palmoteando las barras de los bares y criticando a la izquierda por comer jamón, como si ser de izquierdas implicara una vida monacal y de mortadela, no se escuchaba un pensamiento político de tanto peso. Ahora resulta que el origen lumpen, aunque no se de un palo al agua, es un mérito político per se, y que, para la derecha, el izquierdista, tiene que ser, por coherencia, masoquista y asceta, como, por otra parte, prescribe ardientemente el catolicismo entre sus fieles.

Lo peor es que este nivel, este encendido cuñadismo, más propio de la mocedad de los pueblos que de la madurez democrática, se reproduce, y sin matices, en las instituciones. España no es nada sin su pasión, sin su neurosis. Lo vemos con Susana Díaz, pero también más cerca, en el Ayuntamiento de Málaga, con mociones tan populistas y prescindibles como la que recientemente ha servido, tómese con la debida reserva y sorna el concepto de utilidad, para declarar persona non grata a Arnaldo Otegi. «Es por si le da por venir», dice el PP, promotor de la propuesta. ¿Y por qué no declararle amor eterno a Montaigne y repudiar institucionalmente el golpe de estado encubierto en Brasil y a todos los sátrapas de Oriente? A este paso, tan pegado a la realidad local, la casa consistorial va camino de transformarse en un plató de Canal 13, que es a su vez lo mismo que una taberna recalentada por el sol y por los chatos, aunque con cámaras en lugar de palillos de dientes. La política es cutre porque España es cutre. Y la proyección institucional no deja de arrastrar el gran problema de fondo: la falta de educación, de instrucción democrática, para sobreponerse. España, territorio sin escrúpulos, Maquiavelo sin desbastar, toro ciego que embiste. Pena de frescos y alfombras finas en las instituciones.