Los cuarenta primeros años de vida nos dan el texto; los segundos cuarenta, el comentario. Lo enunció Schopenhauer. Y yo lo suscribo. Un botón de muestra: desde muy joven sé que muchos pensamos que es necesario cambiar el mundo y que a pocos se nos ocurre empezar el cambio por nosotros mismos. Pero hube de llegar a esa segunda etapa de vida que enunció don Arturo, para prestarle atención al porqué de la cosa. Hay una edad para cada cosa. Y también hay cosas para todas las edades...

El cambio, por ejemplo, es algo que no exige edad. Da igual la edad, cambiar siempre perturba. En la empresa, por ejemplo, los individuos nos enrocamos en las trincheras del miedo inmediatamente después de saber que se aproxima un cambio organizacional. Suena la alarma individual interna, identificamos la situación como una amenaza y nos invade el miedo, basado en, sea, el desconocimiento profundo del proyecto, sea, la presunción anticipada de incapacidad para el mismo, sea, el conocimiento cierto de que el proyecto nos perjudica porque nos borra del organigrama. En este ejemplo aunque la resistencia al cambio se hace presente, los afectados no controlan la situación.

Distinto es cuando el cambio pasa por una decisión íntima en la que el agente impulsor y el sujeto del cambio son la misma persona, o sea, yo-conmigo-mismo-solito-como-una-personita-mayor-aquí-y-ahora-frente-al-cambio. Y ahí comparecen la duda y el miedo a fallar, a perder el reconocimiento de quienes nos aprecian..., y nuestra autoestima se desestabiliza y nuestra zona de confort se desdibuja... y la jindama nos bloquea. Así que, ¡mira chico, mejor cambiamos el mundo, que para cambiarnos a nosotros mismos siempre habrá tiempo...! Y, tachán, tachán, aparece lo que las ciencias de la salud denominan Síndrome de Procrastinación, que es un trastorno cuyo eje está anclado en el diferimiento de las decisiones, tareas, responsabilidades... para con nosotros mismos. Y ocurre que la procrastinación demasiadas veces se pretende eviterna.

En este mundo traidor en el que, según Campoamor, nada es verdad ni es mentira..., aunque la mayoría gustemos de identificarnos con el inconmensurable espíritu de los grandes aventureros, porque eso mola, en nuestros adentros, excepto algunos elegidos, ninguno pasamos de ser malas imitaciones del Indiana Jones de cartón piedra que publicitaba la película. Frente el cambio, casi todos nos mostramos como meros aspirantes a la menestralía de la vida, porque, aunque cada vida es el resultado de una concatenación de cambios sucesivos, el sistema nos «enseña» a no percibir cada cambio como parte de un proceso, sino como un objetivo finalista que nos empuja a vivir en un automatismo vital que nos aleja de la consciencia del yo-conmigo-mismo-solito-como-una-personita-mayor-aquí-y-ahora-frente-al-cambio. Todos pensamos conocernos, pero la realidad es que ya casi ninguno nos acordamos de para qué actuamos como actuamos cada vez, ni cuándo fue que aprendimos a actuar así. Y así nos va...

El turismo, los destinos turísticos, sus segmentos y sus productos funcionan igual frente al cambio. Y también están sujetos al morboso automatismo vital que manejamos los profesionales del turismo. Sub sole nihil novi est, compañeros. La procrastinación turística existe y también tiene que ver con los miedos, con la zona de confort, con la necesidad de seguridad, con la duda, con el riesgo... frente al cambio. La industria turística responde a la unívoca y rotunda verdad que expresó Einstein: «No esperemos que nada cambie, si nosotros seguimos haciendo lo mismo de siempre».

Ahora que hay vientos portantes mantenidos, aprovechémoslos y actuemos sobre el presente, porque, como dice el poema de Benedetti, «hay ayeres y mañanas, pero no hay hoyes€». Identifiquemos cada hoy como el umbral irrepetible de cada mañana. Escuchemos a Mario Quintana: «El secreto no es correr detrás de las mariposas, sino cuidar el jardín para que ellas vengan», y actuemos sobre el producto.

Pregunto: ¿las enormes colonias de mariposas que hoy nos visitan lo hacen por nuestro jardín en sí mismo o porque aquellos jardines por los que estas mismas mariposas nos abandonaron un día hoy están cerrados?

Dejemos de mirarnos el ombligo. Ya está bien. Tomemos consciencia de nuestra realidad e impulsemos un cambio real y sostenible en nuestro jardín y, así, cuando reabran los otros, el nuestro no será un jardín más, sino el que tiene que ser.

Caray, me he lanzado, y casi grito con los dedos: ¡Viva Andalucíaaa! ¡Viva la Costa del Sooool!

Tampoco habría estado mal, tú...