El otro día en un mitin en Estepona, Carolina España, número uno al Congreso por el Partido Popular, dijo solemne que pensáramos muy bien «en nuestros mayores y en nuestros hijos» a la hora de votar. Yo, además de en esos dos colectivos, también soy de pensar mucho en quienes se me murieron. No sólo hay que cavilar en cómo queremos que el mundo sea cuando nuestros hijos crezcan. O en cómo queremos que sea el mundo actual y que es el que habitan nuestros mayores. Yo pienso también en cómo les hubiera gustado a ellos, a mis padres, por ejemplo, que fuera este mundo y esta sociedad. No es que vote condicionado por ello, pero sí pesa en mi ánimo. Pesa qué pensarían ellos de este o aquel, de aquella o de Carolina o Irene; de Montero o Heredia. De Iglesias o Rajoy. De tal propuesta o cual debate. Todo huérfano sabe a qué me refiero. El voto ha de decidirse en función de muchas variables, no siendo menor la sentimental. Pienso, luego existo. Pero, a lo mejor, si pienso no voto. A veces votamos por despecho o celos; rabia, incomodidad. Por tradición o por que cambiar de partido nos parece una traición parangonable a cambiar de equipo de fútbol. Para hay gente para todo, a la vista está. Si hay partidos políticos nuevos, una pechá, es que hay una pechá equivalente de gente que ha cambiado de ideología o posición. O mucha gente se ha muerto, claro.

Los sustitutos, llamados también jóvenes, se decantan por nuevas opciones. O no. Todo es muy lioso y más vale pensar en los hijos pero en dónde te los vas a llevar a tomar un helado después de votar o si es mejor tomar el helado antes, no vaya a ser que se nieguen a ir contigo. No es pregunta baladí por qué hay tanta gente que queriendo un mundo mejor para sus hijos se empeña tanto en joder el mundo actual. No paran de hacernos la vida imposible tal vez en la creencia de que cuando se vayan ya no habrá más mal que hacer. Y conste que ahora no estoy hablando de políticos, que también. Se puede aplicar a las empresas o al arte e incluso al fútbol.

Nos quedan muchos más mítines solemnes o procaces, idílicos o peregrinos no exentos de dislates o de asuntos y propuestas nutritivas. Mientras nosotros miramos todo eso en el Telediario nuestros hijos nos exigen la paga dominical, una camiseta de Spiderman o una nueva entrega de La Patrulla Canina o que cambiemos de canal. Incluso una bici. Somos entonces como los políticos, que les decimos que sí, o sea, les hacemos una promesa. Es nuestra propia campaña electoral. El problema es que estos pequeños electores nuestros tienen más memoria que los electores al uso. Nos ponen en un brete, cuando no a parir. Algún día también ellos dirán, pensemos en nuestros hijos. Pero ojalá puedan decir, «hijo mío, algún día todo esto será tuyo».