Cuando los recuerdos de tu infancia van cogidos de una mano más firme que la tuya mientras vuelas la cometa en la playa, es que has tenido un buen padre. Si cierras los ojos y evocas una sombra alargada persiguiendo tu bicicleta con ruedines, es que has tenido un buen padre. Cuando tenías tanta fiebre que no te mantenías en pie y de pronto, por arte de magia, se posaban sobre unos pies de gigante para guiarte por el pasillo, es que has tenido un buen padre. Si en la oscuridad del dormitorio la luz del flexo iluminaba una silueta que escucha y otra que explica, es que has tenido un buen padre. Si la primera vez que se te caló el coche escuchaste un paciente resoplido de resignación, es que has tenido un buen padre. En definitiva, si revives tus pasos y en tu cara se dibuja una sonrisa al comprobar que has sido feliz, es que has tenido un buen padre.

Por ahora no soy padre, por ahora, pero llevo 38 años practicando eso de ser hijo, y hace poco he vivido uno de esos momentos que, de por vida, sumaré emocionado a la lista del primer párrafo. Los hermanos nos confabulamos hará un par de meses para llevar a mi padre a la final de Champions en Milán, toda una aventura de medias verdades, escapadas clandestinas a la agencia de viajes, mensajes en clave, reuniones en su ausencia y lo que fuera necesario para mantenerlo in albis sin descubrir el bienintencionado plan. Y todo por una razón muy sencilla, se lo merecía.

En verdad mi padre es un colchonero de segunda, pues, aunque ahora lo niega a media voz, toda su vida ha sido del Zaragoza, o si no a cuenta de qué me aprendí yo a sangre y fuego la alineación de los cinco magníficos: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra; pero lo cierto es que encarna a la perfección la historia del converso entregado a la causa, mucho cuidado con criticar a Simeone en su presencia.

Más allá del resultado del partido, lo cierto es que el instante en que mi padre entró al estadio Giuseppe Meazza fue impresionante, y eso que la estampa suele plasmarse al revés. Lo habitual es ver los ojos iluminados de un hijo al pisar por primera vez un estadio de fútbol de la mano de su padre, pero esta vez, y ante la incertidumbre de que el Atleti pasara a la historia, mi padre se convirtió durante 120 interminables minutos en ese niño que tendrá un recuerdo para toda la vida. Un recuerdo que, gracias a mi madre, sirvió para demostrar en vida a un buen hombre que los suyos le quieren y sienten por él un orgulloso agradecimiento.

Ojalá los días nos concedan muchas oportunidades de decirles a un padre y a una madre que nos morimos por seguir su ejemplo, por oírles contar sus viejas historias de siempre, por sentir el respeto con que te hablan de tus abuelos, por su empeño en seguir evitándote problemas, por su dedicación absoluta y por su incansable capacidad de estar siempre ahí, justo donde más los necesitas.

Ojalá la vida nos permita pedirles perdón en persona por las veces que los rechazamos o les hicimos daño, por las veces que nos creímos intocables y autosuficientes, por los momentos en que desoímos sus palabras y perdimos el norte, por los instantes en que antepusimos el susurro de la calle y por las cenas que dejamos de compartir por culpa de motivos olvidados.

Ojalá disfrutemos de muchos momentos en los que podamos contarles que a veces también se equivocaban, que su grandeza residirá en nuestra memoria, que su ejemplo tiene un eco profundo, que nos enseñaron la diferencia entre lo justo y lo conveniente, o que sus nietos disfrutan siempre con ellos.

Ojalá el calendario nos regale siempre la valiosa ocasión de recordar más a menudo esa infancia que ellos tejieron para nosotros, que al fin y al cabo es lo que nos hizo ser lo que usted y yo somos hoy.

Supongo que un buen padre ya debe saberlo, pero de una cosa sí estoy seguro, y es que a veces, como aquella tarde de finales de mayo en Milán, unos hijos necesitan decirlo. Gracias.