La próxima semana se despide la inquietante PAU. Las pruebas de acceso a la Universidad, conocidas durante cuarenta años como Selectividad, se marchan para siempre dejando lugar a otro examen, aún imprevisible, mientras los alumnos malagueños padecen una de sus primeras semanas más ansiosas en el despegue hacia la realidad adulta. El miedo a estas convocatorias -deben saber los estudiantes- es una reacción natural y el estrés suscitado lo pueden transformar en una herramienta provechosa al desbloquear depósitos de energía los cuales colaboran regularmente a incrementar la concentración. La clave está en no tener una desconfianza desmedida puesto que les produciría un efecto paralizador.

Los malagueños comenzamos este viernes, de nuevo y en tan solo seis meses, otra selectividad política. Dos semanas de ejercicios de escucha quizás menos activada debido al alto grado de desencanto con nuestra clase política generado por el dislate acontecido durante el último semestre. Quince días de concurso donde las palabras se deshacen y parecen no dirigirse a nadie en particular y sí a todo un país expectante inmerso en una abulia irrefrenable adherida al temor circunscrito a un circo de anhelos tristes; de un opinar más de lo mismo según los últimos sondeos realizados.

¿Dónde se halla la solución frente a esta coyuntura inundada de desazón? Una de las respuestas se puede encontrar en el pensamiento de Winston Churchill: «El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones». Es decir, en el momento que empiecen a considerar a los ciudadanos y a estos estudiantes de selectividad aspirantes a un futuro con mayor certidumbre.