Casi mejor que triunfe el Brexit. Tanta singularidad, tanta insularidad, tanta insolidaridad, acaban hartando. No les basta con habernos enchufado a la vena su idioma, y que en dos generaciones quede impreso en el ADN; con tener en la City el puesto de mando financiero desde donde se cierran fábricas aquí y allá mientras los súbditos pelean por conservar los humos en la tráquea; con haber inventado el rock y el pop, despechados por su limitado talento para la música «clásica»; con presumir (y encima con razón) de desfiles vistosos tanto como de soldados valientes; no les basta con estar y no estar en la UE, renegociándolo todo cada lunes; no les basta con haber inventado el fútbol. Ni siquiera con que les tengamos envidia en tantas cosas. No nos quieren al lado, y ya está, que se vayan, y se lleven su sonrisa a otra parte («cuerno de toro, pezuña de caballo, sonrisa de sajón» -Joyce).