Una joven madre, diputada laborista y activista a favor de los refugiados es asesinada en plena calle en Inglaterra. Un joven estadounidense de origen afgano perpetra una matanza sin precedentes en un club de homosexuales en Florida.

Unos hooligans rusos hieren gravemente en una ciudad alemana a unos turistas españoles que repartían propaganda antinazi. Grupos neonazis alemanes incendian asilos para inmigrantes. Jóvenes españoles intentan prender fuego a un indigente.

Una madre es asesinada en Francia delante de su pequeño de tres años y el asesino filma su crimen y lo pone en Facebook. Un noruego cumple una larga condena de cárcel en su país por una matanza en un campamento de verano para jóvenes socialistas.

Y no hablemos ya de las masacres diarias de inocentes perpetradas por terroristas suicidas de uno y otro signo, la mayoría de las veces con pretextos religiosos, en cualquier parte del mundo.

Mientras tanto, las redes sociales están diariamente llenas de mensajes contra quienes piensan diferente, bien sean políticos, periodistas o activistas sociales. Y esto ocurre en todo el mundo.

Hay un clima de odio y de violencia que no deja de crecer y autoalimentarse. Es una violencia ciega y que no obedece casi nunca a motivos políticos como podía ser la ejercida en su día por grupos como el IRA irlandés o la Organización para la Liberación de Palestina.

Por odiosa y rechazable que fuera también aquella violencia, al menos puede decirse que tenía un sentido: perseguía unos fines concretos, la liberación de un pueblo oprimido, algo que no ocurre ahora.

Es la actual además una violencia alentada muchas veces desde la política. ¿No ha animado, por ejemplo, el ultranacionalista vicepresidente del Parlamento ruso a los hooligans violentos de su país durante la Eurocopa de Francia?: «Los muchachos hicieron un buen trabajo, ¡sigan así!»

¿Y no es lo que hace diariamente el aspirante republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, cuando anima a sus partidarios a dar una paliza a quienes le critican: «¡Hacedles papilla!», grita el energúmeno que aspira a liderar el «mundo libre».

¿No aprovechó también Trump la matanza de homosexuales en Orlando, Florida, para enviar un tuit criticando a quienes defienden a los musulmanes, aprovechando el hecho de que el asesino es de origen afgano?

¿No destila odio el aspirante Trump en todas sus apariciones públicas, en las que no deja de apelar a los instintos más bajos de los ciudadanos, convertidos de pronto en populacho fácil de seducir por sus mensajes del más puro racismo?

¿Qué cabe esperar de un político que insulta sin piedad a sus rivales políticos, que no parece conocer ningún límite o tabú cuando se trata de triturar al contrario?

¿A dónde va nuestro mundo? ¿A dónde vamos?