El PSOE está en el centro. En el centro físico, lo que le obligará a decidir. De él parece que dependerá la orientación política del Gobierno del país tras el 26J. Pero sea cual sea su decisión le obligará a descentrarse políticamente, pues habrá de optar por la ´gran coalición´ con el PP o por ´el Gobierno del cambio´ con Podemos, y por lo que advierten las encuestas, como pieza subsidiaria, sin posibilidad de liderar una u otra de ambas opciones. Antes, el PSOE era el PSOE, y con eso estaba dicho todo. Pero ahora no se sabe bien qué cosa es. De ahí su dilución en las encuestas. El PP, a fuerza de persistencia en sus esencias, y los nuevos partidos, por su capacidad de dibujarse a capricho a falta de experimentación previa contrastada, proyectan imaginarios más o menos precisos, pero el PSOE está como en el aire: unas siglas sólidas, pero expuestas al ya te veré. Nadie sabe qué será del PSOE el lunes 27 de junio, y esta circunstancia no constituye el mejor estímulo para votarlo. En el interior de ese partido hay una convulsión suspendida, un ambiente de facas enmedio de un coyuntural paréntesis electoral, un debate sin método ni horizonte, una estructura prendida con papel de fumar. Hay tantas voces dentro y alrededor que cada cual escucha la que mejor le va a sabiendas de que no es la que define el futuro, pues el futuro se adivina como un proceso destructivo presidido por el odioso «ya te lo dije». Pedro Sánchez se presentaba como ´lo nuevo´, después de que Rubalcaba, ´lo viejo´, hubiera venido a paliar el descarrilamiento del ´novísimo´, Zapatero, y en ese mareante ciclo circular, Susana Díaz vendría después a reponer, a su manera, otra vez, el significante del antecesor Rubalcaba. Todo muy mareante. Como sin salida de un laberinto en que lo nuevo sustituye a lo viejo, y lo viejo retorna insistentemente por las inconsistencias de lo nuevo. Y en un contexto en que lo viejo es apreciado como tal, sin duda, pero lo nuevo se percibe sólo como etiqueta. Sánchez no sólo es una indigencia intelectual, cosa que no lo distinguiría especialmente de otros líderes, sino también mediática, lo que es más grave en estos tiempos. Pero su repuesto, en caso de que fracase, roza lo ridículo. He ahí el problema: no sabemos qué cosa es hoy el PSOE, salvo un campo de nostalgias del pasado remoto y una pesadilla cercana. No es extraño que las encuestas lo martiricen porque nadie sabe en qué vehículo se montará al votarlo. La irrupción de los nuevos partidos lo ha dejado catatónico porque carecía de discurso y, obligado a elaborarlo, se encuentra con todos los caminos ya tomados. Es una nave sin rumbo que sólo apela a sobreentendidos del pasado, un pasado con memoria selectiva incluida. ¿A qué apela el PSOE? Al voto que lo salve de sí mismo, de sus propios demonios interiores, por otra parte eternos e indestructibles. Una cosa como muy cansina.