Estamos en plena temporada canicular. Sí, hasta los de mi edad andan locos para que les dé tiempo a ir a la playa a tumbarse un rato al sol. ¡Ojo!, mi médico de cabecera me ha dicho que no es sano. Yo, que no puedo permanecer calladita ni buceando, le pregunté: «Entonces, don José, ¿si dejo de tomar el sol me garantiza que viviré cinco años más?». «Yo no puedo garantizarte eso, mujer, no soy Dios». Pude haber seguido preguntando al respecto, pero no, una mujer inteligente debe saber en qué momento debe guardar silencio y, acto seguido, agradecer la respuesta con una amplia sonrisa. «La educación ayuda a vivir más tranquilo» o eso, al menos, decía Catano el menos listo de Pedregalejo cuando yo, aún, peinaba trenzas y pasábamos las tardes veraniegas paseando calle arriba y calle abajo.

Andamos de los nervios al enterarnos de que por ahí vuelan unos mosquitos muy chulos, vaya, chulísimos, que se hacen llamar tigres y que no paran de fastidiar al personal. Bueno, amigos, dicen los de mi edad que «Siempre que ha llovido ha escampado» o «Siempre que ha llovío ha escampao, como dicen en mi ciudad de adopción, Málaga. Vamos a ser buenos, usemos repelentes, o matabichos, pero con talento; dicen que esos productos no son buenos, nada buenos, para los ancianos como yo. Bueno, como soy así, creo que de algo hay que morir, siempre habrá un culpable: el dengue, el paludismo, la gripe, en fin, mentiras, nos morimos porque no somos eternos, lo que hay que hacer es ser más buenos que alguien te lo agradecerá. Lo peor de todo es que, si observamos con detenimiento, comprobaremos con horror que los muy malos son los más graciosos del pueblo. Vaya lo uno por lo otro. La verdad es que, aguantar malajes es muy duro, los otros son más malos, pero nos reímos€ puaf.