Así, desde lejos, el stand by de estos largos, larguísimos seis meses ha supuesto que aquí, en Málaga, la vida siga igual, con idéntico reparto de diputados. Pero, como dijo Brian Eno sobre la música ambient («es como un río: no cambia mucho, pero siempre está cambiando»), si uno coge una lupa, y no hace falta que sea de demasiados aumentos, la cosa cambia, y bastante. Las victorias son más triunfales (el PP sube notablemente en votos y porcentajes) y los «uy, casi, casi, pero no está mal para la primera vez» suenan ya a decepción: Unidos Podemos ha obtenido 6 puntos menos que los que habrían sumado Podemos e IU en diciembre; y eso, en la provincia natal de uno de los factótums de la confluencia, Alberto Garzón, debe de doler, y mucho. Que al exlíder de IU le toque votar en Rincón de la Victoria es una cruel sonrisa del destino. Porque también hay sonrisas crueles.

Málaga ha apostado claramente por los partidos tradicionales (lo cual no debería extrañar: llevamos 21 años votando popular; o sea, que aquí nos gusta conservar a los conservadores) y le ha hecho la cobra descaradamente a los representantes de eso que se dio en llamar «la nueva política» y que, después de varios comicios ya, debería empezar a ser denominada «la política menos vieja», que ya empiezan a tener historia. En realidad, bastante menos a Ciudadanos, que ha salvado la cara y los muebles entre nosotros, a diferencia de sus datos nacionales, un trompazo sin paliativos.

Por cierto, ya que estamos hablando de los «nuevos» y sus nombres sociales, me da a mí que uno de sus representantes, Guillermo Díaz, de Ciudadanos, tendría que hacerlo ipsofácticamente: Díaz opera en Twitter como Guillermo Lugosi (me imagino yo que por el gran actor de cine de terror Bela Lugosi, que el de Ciudadanos es un avezado aficionado a las películas). Ahora que se va a Madrid, al Congreso, a las grandes ligas se dará cuenta de que las las arrobas las carga el diablo. Pero el diablo de verdad, no el de las películas.

Si decíamos hace seis meses que la irrupción de Podemos y Ciudadanos representaba el voto urbano y joven malagueño y simbolizaba las ganas de que se oyeron discursos más frescos y diferentes en los órganos de decisión, deberíamos ahora sacar dos conclusiones: primero, el voto urbano y joven malagueño no pesa tanto como se cree desde los foros de opinión copados por la población urbana y joven malagueña; segundo, quizás los discursos que se han oído en la Diputación y los ayuntamientos por parte de las formaciones cuasidebutantes no hayan sido de la frescura y diferencia esperables.