Mueren las elecciones, prosigue la Eurocopa. España es un país inveterado con calzones cortos en el que todo se patea. Más que con estudios, a español de puro bestia, que diría Vallejo, se llega por las coces. Y más en la bocana de julio, cuando la nostalgia de la Liga trae la tentación de arramblar con todo y echarlo de una vez a la sopa de la quiniela. Los poetas de la demoscopia hablan a veces del voto emocional y da la sensación de que saben lo que dicen: como si en España fuera posible votar de otra manera que no sea la identificación, el gesto teatral, la chilena ardiente. Con la excepción acaso de Argentina, pocos pueblos han llegado tan lejos en la maduración de la simbiosis, en el tango de ida y vuelta. España futboliza la política y politiza el fútbol, todo lo envuelve, casi siempre con el tono de apropiación sentimentaloide, del certificado de pureza. En un país en el que el presidente responde a la doctrina Parot con el Marca no es de extrañar que las pulsiones sean en puridad las que gobiernen; casi nadie mira la política de manera adulta y crítica, quitándose la zamarra. Aquello de Dios, de Franco y del Real Madrid continúa espesándose en el cóctel de la democracia. Y, además, sin miramientos. En esta campaña felizmente perimida hemos asistido al intento de los que acusan de populismo de usar la selección como órdago. Y a la propuesta aún más lamentable de ordalía por parte de buena parte de los candidatos respecto a un escándalo judicial del que tendrán precisamente que decidir los jueces. Sólo ha faltado el collejón en la radio para vivir el enésimo día de la marmota, con el balón de nuevo como horizonte expansivo y auténtica brújula de las elecciones. Ciudadanos acertó al enfocar el asunto en la barra de un bar, pero se equivocó en el resto: para cortejar al electorado español, en gran parte inmovilista, no basta con echarse colonia y dárselas de yernazo, sino con todo lo contrario: elegir una camiseta, un equipo de tus amores, que es precisamente lo que les dio fuerza en Cataluña. Rivera habrá tomado nota. Y seguramente se acercará a los próximos comicios con un perfil ideológico menos customizado y más nítido: sabe que su caladero de votos está naturalmente en el PP y que la mayoría del electorado afín al PSOE, en caso de insatisfacción, se mueve más hacia la izquierda que a otros frentes más comedidos y difusos. En España todavía hoy es inviable un pacto entre el PSOE y el PP, y no tanto por sus diferencias, que ni son tan pronunciadas ni tan opacas, como por el peaje electoral. Seguir, en este sentido, las tesis soterradas de Susana Díaz es tan ingenuo como pretender que los del Atleti apoyemos al Real Madrid. Esto es España y esto es fútbol, digo política, y el problema no está en la imposibilidad de una alianza planteada, dicho sea de paso, por motivos mendaces, sino en la conciencia eternamente ágrafa y sin cultivar del español. Un ciudadano que siente, con el voto presa de su identidad de club es el primer signo de que no sea ha entendido nada: ni siquiera la democracia, la obligación de pensar y juzgar razonadamente.