Pídeme la luna

Hay momentos en la vida en que sólo te interesa hacer feliz a alguien. Saber que con una palabra, con un gesto o con una acción vas a desencadenar que esa persona reciba una sorpresa agradable, y que se le ilumine la cara, es lo único que ahora ilusiona.

Y si sabes que esa persona, algún día, más temprano o más tarde, va a dejar de entusiasmarse y sonreír, entonces lo haces sí o sí. Sin importarte nada más. Dejando de lado tu propio bien, tus intereses. Dejando de lado otras palabras, otras acciones de otras gentes.

Así se comporta esta enfermedad, el alzheimer, con una pérdida de interés, cambios de estado de ánimo y depresiones, entre sus síntomas más destacados y visibles.

Considerada ya como la «Epidemia del Siglo XXI», con una incidencia de 24 millones de personas afectadas en todo el mundo, y que podría alcanzar más de 80 millones en 2040.

Una cifra que da miedo. Si leemos las estadísticas y seguimos hurgando en la herida, más de tres millones de personas nos vemos afectadas por esta enfermedad, entre pacientes, familiares y cuidadores. Es una realidad, y así hay que vivirla.

De poco sirven las lecturas, las informaciones y los consejos. Te guían, eso sí, a comprender y entender. Pero el día a día es el que te enseña. La intuición y la propia personalidad de quien cuida.

Mucho de imaginación y mucho amor; pero sobre todo, mucha paciencia. Ésa es la clave. Paciencia. Preciosa en sonido. Inmensa en contenido.

Con esta enfermedad cada día se aprende algo nuevo. Cada día te enfrentas a un reto que hay que superar.

En este mar de vaivenes hay ocasiones que te relajas cuando ves que pasan los días y algo ha cambiado. Se instala la calma y vuelve la razón, o eso te lo parece. Te acomodas porque, aunque cada momento bueno dure un suspiro, lo estiras como chicle, todo lo que puedes.

Pero una tarde, cuando tú también estás saturada, de pronto aparece lo que tanto temías. Te pilla de sorpresa, porque a lo bueno se acostumbra una muy pronto. Mantienes una lucha contigo misma y contra esa enfermedad que arrebata la razón y te deja sin argumentos. Peleas, intentas razonar, te hiere, luchas... Explotas. Y al final, te retiras. Cierras los ojos. Respiras hondo.

Vuelves con tu mejor sonrisa. Te sientas a su lado como si nada hubiera pasado. Recompones tu estrategia y sacas la fuerza que reservas para momentos así.

La batalla ha comenzado de nuevo. Y a ésta no se la vence con la fuerza ni la violencia. A esta batalla hay que hacerle frente con cariño y amor y con esa gran dosis de paciencia.

Ante este panorama, si me pidiese que le bajara la luna, la luna le bajaría. Y si no lo consiguiera, una luna le dibujaría. Porque para una que suscribe, no hay nadie en este mundo que lo merezca más que quien me dio la vida, antes y después de nacer.

Mª Ángeles Sánchez SerranoMálaga