Esta Eurocopa se recordará porque los ultras de toda Europa han protagonizado los incidentes más graves en la historia del torneo. Húngaros, polacos, rusos, ingleses y croatas han dejado huella mediática de su violencia, intolerancia y racismo consustanciales. Este tipo de violencia es uno de los fenómenos más extendidos en países de tradición, lengua, cultura y condiciones socioeconómicas muy diferentes: desde los países mediterráneos a los países escandinavos, desde Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Alemania hasta los países de la Europa del Este.

Pero no es casualidad que se produzcan estos altercados en el fútbol, escenario predilecto de los sectores violentos de la extrema derecha europea desde los años 90 del siglo pasado. El deporte socializado permite al individuo formar parte de un grupo y desempeñar un rol social importante. Eso explica que en España haya unos 30.000 ultras y más de 500.000 en toda Europa, muchos de ellos con imputaciones por delitos de odio. Con puños americanos y armas blancas atacan a seguidores de otros equipos, pero también a inmigrantes, homosexuales o gitanos, ya que la violencia hacia el diferente es una característica idiosincrática del grupo que permite fortalecer la solidaridad y camaradería entre sus miembros. El deporte vivido y entendido como fenómeno de masas —propio del siglo XX— se ha utilizado con descaro para reforzar todo tipo de regímenes totalitarios, como el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, el franquismo español o el comunismo soviético.

En la actualidad, el 90 por ciento de los casos de violencia producidos dentro y fuera de los estadios tienen su origen en grupos neonazis. Eso se explica por el auge de las formaciones radicales en todos los parlamentos europeos y también por la permisividad hacia las manifestaciones de racismo en el campo de fútbol, donde los ultras exhiben banderas y profieren cánticos abiertamente xenófobos. Y es que el fenómeno ultra es terreno abonado para captar militantes por parte de ideologías que justifican el desprecio y la violencia hacia el diferente, empezando por el seguidor del equipo adversario. Las recientes manifestaciones del líder del eurófobo y xenófobo UKIP, Nigel Farage, negando que el asesinato de la diputada Jo Cox por parte de un neonazi esté relacionado con el Brexit, muestran una peligrosa condescendencia hacia la violencia de extrema derecha.

Hace tan sólo un año la federación croata intentó frenar a sus ultras en un amistoso contra Italia sin éxito. Con estos antecedentes, ¿no se imaginaban las autoridades francesas que esta Eurocopa se convertiría en un hervidero de violencia ultra? El despliegue de seguridad para frenar el yihadismo es desde luego necesario, pero la inacción frente a los ultras revela un desconocimiento del problema cuanto menos preocupante. Pero la permisividad hacia los radicales no es, lamentablemente, una novedad, entre otras razones porque la extrema derecha hace tiempo que se ha instalado en el sistema político croata, francés, británico o húngaro. La «des-demonización» de la extrema derecha es una realidad y los ultras forman parte de ella.