¿No os parece que, últimamente, los días han cogido carrerilla? No es por incordiar, pero creo que deberíamos controlar más nuestros relojes porque, sospecho, que nos rondan, hace tiempo, unos magos borrachos que disfrutan afanándonos un par de horas diarias de nuestro incierto porvenir. Cosas de viejas. Lo cierto es que -por si acaso- he puesto en fila todos los relojes que conviven con nosotros porque no confío en la inocencia de las máquinas que nos rodean.

Soy consciente de que todos me achacan -injustificadamente, claro- que soy bastante novelera, pero, créanme, hay que permanecer ojo a visor porque, cada día que pasa, estoy más convencida de la verosimilitud de los cuentos de hadas. Nada más lejos, amigos. Piensen en lo que nos rodean y saquen conclusiones. Porque, ¿iríamos como vamos si el lobo feroz, Caperucita, la ratita, Blancanieves y sus muchachos, esos cuentos tan ilustrativos, no estuvieran basados en la realidad de la vida? Piensen, piensen. Pero, por favor, no sufran. Decía mi seño que «Siempre que llueve, escampa». No sé a qué se refería, pero debería estar basado en la realidad de la vida porque ella era muy suya, jamás mentía o eso, al menos, pensábamos todas sus alumnas. Y si mintió, el Señor la habrá perdonado. Aguantar a la chiquillería de aquel desierto de chichinabo, sin que se volviera majareta, da muchos puntos positivos para la posteridad.

¡Ah, se me olvidaba contarles! El martes fui a dar un paseo por mi barrio y me encontré a un vecina, mayor, como yo, me dio dos besos y me dijo: «¡Qué graciosa es usted, vecina y luego hay quien dice que todos los gallegos son unos malajes. ¡Ole, ole, la gracia que tiene usted, a pesar de haber nacido tan lejos». Pues, ¡qué bien, oiga!