Anonadados por el gatillazo que acaban de sufrir cuando esperaban llegar al orgasmo del sorpasso, los dirigentes de Unidos Podemos (SL) se preguntan qué es lo que falló en su amor. Y no encuentran respuesta. Quizá debieran buscarla en los platós de televisión donde Pablo Iglesias y sus colegas al mando viven desde hace dos años haciendo guardia junto a las cámaras y los luceros. Los canales que lanzaron al estrellato a Podemos han perdido buena parte del poder que les permitía crear de la nada a Belén Esteban o al mentado Iglesias. Siguen gozando de la magia con la que ese medio audiovisual inventa la realidad, pero ahora ha quedado claro que también la realidad virtual tiene fecha de prescripción, como el yogur. No es seguro que la de UP haya llegado a su límite de caducidad, aunque golpes como este señalan ya el camino de la decadencia. Los grandes medios de seducción del pueblo habían apostado por Podemos en la opinión -acertada- de que incluso un negocio tan aburrido como el de la política podría aumentar sus cuotas de audiencia y publicidad. Los resultados confirmaron la hipótesis. Cada aparición de Iglesias, Monedero o Errejón ante la cámara era una segura crecida del share en las distintas cadenas implicadas. Proliferaron por tanto los programas dedicados a la política, en directa competencia con Sálvame. No se había conocido fenómeno semejante desde los tiempos en blanco y negro de José Luis Balbín, que arrastraba audiencias multitudinarias con su debate de La Clave. La tele quema mucho a quienes comparecen con excesiva frecuencia ante sus cámaras. Aunque la televisión sea un medio «frío» según las tesis de Marshall McLuhan, la sobreexposición a los focos acaba por sacarles arrugas a los líderes creados por la pantalla de plasma. Ese ha sido, probablemente, el caso de los jefes de Unidos Podemos que habían convertido el set de televisión en su casa. La repetición de las mismas caras -que además contaban chistes viejos, como en el TBO- ha acabado por cansar al espectador, del mismo modo que incluso las series más exitosas cumplen inevitablemente su ciclo. Solo Los Simpson han escapado hasta ahora a esta regla de aplicación universal en la tele; y no parece que sea el caso de los seriales que transforman la política en espectáculo de masas. Tras dos cortos años de éxito en apariencia imparable así en la tele como en las urnas, el gatillazo del partido de Iglesias anuncia malos tiempos para Unidos Podemos en el prime time de los canales. Se empieza por dejar de vender el producto a los electores y, casi sin darse cuenta, se termina por perder cuota de pantalla en las televisiones. Nada más lógico en un partido que usa el símbolo del corazón, como en las telenovelas de factura latinoché. Los políticos que apelan al sentimiento antes que a la razón suelen triunfar en tiempos de emergencia económica y social; pero decaen en cuanto la situación tiende a normalizarse. Igual hay que buscar ahí la causa del gatillazo.