No sabemos qué pasó el domingo pasado, y ya estamos a jueves. Al enmudecer los politólogos se oyen con claridad los suspiros de alivio del Ibex 35. El pueblo soberano revalidó su confianza en un partido implicado en docenas de escándalos de corrupción, financiación ilegal, mangarrufas urbanísticas, prevaricaciones y estafas. El PP del gobierno de los recortes y la reforma laboral baratera. El de las tarjetas black y los desahucios. España es tolerante con los comportamientos inmorales, hay una suerte de encanallamiento social instalado a conciencia. Resultó elegido diputado incluso el ministro del Interior que conspiró para emplear los instrumentos del Estado de Derecho contra formaciones independentistas catalanas que juegan con las leyes de la democracia. Ese ministro, que sin mandamiento judicial envió a la Policía a requisar en el diario Público las grabaciones en las que se le escuchaba intrigar, ha recibido la bendición de miles de electores de Barcelona y se sentará en el Congreso. Premio a la maquinación partidista. Y si se hubiese presentado el exministro de Turismo de la empresa opaca en Panamá también habría salido. No se lo explica ni Mariano Rajoy, que a lo mejor ansiaba permanecer en barbecho un tiempo para disfrutar tranquilo de la Eurocopa. Socialistas, Ciudadanos y Podemos se han quedado con dos palmos de narices porque no comparan sus resultados con los obtenidos en 2011, sino que los miden con las encuestas que se han equivocado más que los periodistas deportivos que glosaban el juego sin parangón de la Roja. Los de Rivera se consuelan con la injusta ley electoral. La izquierda, como siempre, necesita entender aunque para ello empiece otra guerra de culpas.

Corrían los noventa del siglo pasado cuando fui recibida como una inmigrante, o sea con hostilidad, por el Reino Unido para practicar el inglés mientras ejercía de au pair con una familia. Esas fronteras volverán porque todo lo peor resucita en la increíble Europa menguante. Amé inmediatamente el país en el que vi a una abuelita con sombrero y bolso ser atendida con toda normalidad en la ventanilla del banco por un joven con una gigantesca cresta verde y el tatuaje de una serpiente subiéndole por el cuello. Cuando le dije a mi jefa que dudaba mucho que dicha escena llegase a verla en España me contestó: «¿Por qué? Lleva traje y corbata». A un tío con traje y corbata no le ves la cresta. Te fías. Las personas que siempre se sentirán seguras con señores de traje y corbata no elegirán otra cosa, por mucho que Francisco Granados, Rodrigo Rato y Luis Bárcenas no vistan precisamente de chándal.

En España al chico de la cresta no le habrían hecho ni la entrevista de trabajo, para qué nos vamos a engañar. Pero basta de lamentaciones, estamos aquí y ahora. La derecha se ha pronunciado en bloque movida por el miedo y la izquierda, como siempre, ha encontrado los argumentos necesarios para no hacer piña. No puede haber unas terceras elecciones, así que cuanto antes eche a andar esta legislatura antes acabará. Las fuerzas progresistas harán bien en invertir un poco de tiempo en el examen de conciencia y un mucho en hacer política para quienes les han votado, que también son muchos, no se vayan a enredar en bregas internas tendentes a la escisión. Es el momento de pasar a la acción, que llevamos un casi un año de mítines más o menos multitudinarios.