Esta columna trata de hablar de Justicia. Ese es mi propósito inicial y el espíritu con el que nació allá por 2009: crear un hueco que no existía en la prensa malagueña para reflexionar sobre los problemas que aquejan a un poder del Estado tan esencial como importante. Pero, a veces, la actualidad manda y, al final, la justicia también es en parte política, porque como habrán podido comprobar en la campaña que ahora acaba de morir no he escuchado a ningún responsable político, ni de los viejos ni de los nuevos partidos, hablar una sola palabra de este servicio público. Más allá de que el interés general parece ser someterla -¿verdad Monedero, como a los medios?-, amoldarla a los propios deseos y hacer de ella un monstruo dócil y simpático que muerda cuando el dueño quiera. Cómo si no se explica que todas las reformas en otras administraciones funcionen y aquí, en justicia, ni una contribuya a paliar en algo la situación. LexNet ha sido un desastre y se ha alcanzado el ridículo absoluto pidiendo folios a los abogados y procuradores. Pero eso a los políticos les da igual, o eso parece. Han hablado casi lo mismo de justicia que de paro, que, por otro lado, tampoco parece estar en la agenda de nuestros ilustres representantes. Pero de todo ese grano revuelto hay cosas que me preocupan aún más, como el hecho lamentable de que no votar a un determinado partido político te haga, directamente, cómplice de corrupción. Eso es un análisis electoral, sí señor. Si gano, guay. Si no, la culpa es de los que no me han votado. Eso sí, para analizar por qué me he pegado semejante hostia encargo una encuesta, como si no estuviera claro. Quienes no los han votado son unos indeseables y unos criptofascitas que sirven al amo. Con análisis tan elementales, no me extraña que el cálculo les haya salido por donde les ha salido. Si te vas a las demás orillas, pues más de lo mismo: uno, que con el suelo histórico de diputados quiere ser presidente del Gobierno; el otro que, pese a que el partido lo pide, no quiere dejar paso a la natural regeneración de líderes y programas y un tercero que, encantado de conocerse, juega a bailar con todos los de la fiesta sin que diga claramente con quién quiere estrenar su alcoba. En fin, así está el patio. Mientras una gran parte de la ciudadanía intenta sobrevivir otra, la que forma parte de la élite extractiva, cabalga a lomos de la primera con el precipicio al fondo de la escena. Ni nuevos ni antiguos. Ni justicia ni paro. Ni aceptación de la legitimidad democrática ni autocomplacencia. Al final, el tinglado sigue siendo el mismo y los hilos los mueven los de siempre. Así nos va. Así nos irá y así nos fue.