Muchas lecturas y análisis pueden hacerse de los resultados electorales del pasado domingo. Pero voy a reflexionar sobre dos de los aspectos más llamativos del proceso electoral con interpretaciones que no he visto reflejados en ninguna parte.

El primero y más llamativo es el estrepitoso fracaso de las encuestas de opinión y sondeos al pie de la urna. Y tiene una doble explicación. De entrada la ciudadanía está harta de que la manipulen. Las empresas demoscópicas hacen su negocio con las respuestas ciudadanas en las encuestas que, además, se utilizan para manipular e influir en el electorado. La reacción es simple: -Para que otros negocien con mis opiniones y encima traten de manipularme, pues voy yo a manipular a las encuestas y engaño en mis respuestas-. Existen técnicas para resolver este problema pero, pienso, que este fenómeno está alcanzando una magnitud que escapa a las correcciones técnicas. El fallo de las encuestas no es solo español. Lo hemos visto recientemente en el Reino Unido con el Brexit y en otras muchas encuestas preelectorales europeas con un mayor o menor grado de error.

Pero en la campaña de estas elecciones concurre un fenómeno electoral nuevo, que no ha sido tenido en cuenta -al menos que yo sepa- por los "gurus" de la demoscopia: las del pasado domingo no eran unas elecciones normales y las han analizado como si lo fueran. Han sido la «segunda vuelta» de las del 20 D. Y este fenómeno electoral es nuevo en nuestra democracia. Como algunos partidos se han empeñado en impedir cualquier tipo de coalición que permitiera formar gobierno, una parte del electorado se ha comportado como si de un balotaje a la francesa se tratase, es decir ha ido a votar a la lista que ganó en diciembre la «primera vuelta».

Al no responder los principales partidos al mandato electoral de entonces y no ponerse de acuerdo para una coalición de gobierno, el ciudadano ha votado a quien tenía mayores posibilidades de formarlo o a quien entiende tiene derecho a encabezarlo. Por eso el PP ha superado con creces sus expectativas incrementando en casi 700.000 los votos recibidos en diciembre, y no sólo ha recuperado votos de la abstención, sino que le ha pegado un buen bocado a Ciudadanos -unos 375.000- y otro, menor, al PSOE -algo más de 100.000-. Han sido votos de ciudadanos que -obviando evidentes razones para no votar al PP- han buscado solución a un problema más importante, como la falta de gobierno, que los partidos no han sabido superar. Pero no olvide el PP que tienen un cierto carácter de «voto prestado». Obviamente a este rasgo de sensatez se ha unido el éxito de la campaña del miedo ante un eventual gran avance de Podemos que suscitaba enormes temores por la inconsistencia e irresponsabilidad de su programa. En consecuencia el carácter excepcional de estas elecciones es lo que ha hecho fallar estrepitosamente la cocina demoscópica.

La segunda cuestión interesante de analizar es el enorme batacazo de Podemos. Resultado que tiene varias lecturas, en mi opinión, aunque todas ligadas en buena medida al comportamiento ético de la vieja izquierda comunista que le ha dado la espalda a Garzón por haberse entregado de pies y manos a Podemos. Las mil caras que Pablo Iglesias ha ofrecido en esta campaña y el desenmascaramiento de su «nueva política», tan vieja como las de la casta y su vacuo discurso contra ella, a la que rápidamente ha querido sumarse, lo han desnudado ante su electorado. La epatante «política del espectáculo» -ósculos bucales con Javier Doménech incluidos- en la que los podemitas se han revelado como maestros, seguro que le han enajenado el voto de los viejos comunistas y de otros muchos votantes desencantados con esta forma de hacer política. Así se explica que no solo hayan perdido la totalidad de los votos que presumían se les iban a agregar de IU -algo más de 900.000-, sino que además han perdido 150.000 votos más. La abstención en esta ocasión ha cambiado de signo y tiene tintes rojos más que azules.

La merma de la cosecha electoral podemita evidencia que Errejón tenía razón cuando propugnaba apoyar al PSOE en la anterior investidura para echar a Rajoy de la Moncloa. La avaricia de Iglesias ha roto el saco y, posiblemente, haya fijado su techo electoral. Esto me lleva a una última reflexión que es válida para todos. Los líderes no bien asentados tienden a apelar a los militantes para que mediante referéndum apoyen o desaprueben las estrategias que proponen, muchas veces de manera algo tramposa por la simplicidad de las preguntas planteadas. Sin embargo se olvidan de algo elemental que consiste en confundir a las bases del partido con los votantes. Aquéllas suelen ser bastante más radicales que estos, por lo que el electorado situado siempre en zonas más «templadas» del espectro político puede abandonarlo con facilidad si perciben una radicalización de la estrategia a seguir. Algo de esto debe estar pasándole al PSOE con su paulatina pérdida de votos.

Y le ha pasado a Izquierda Unida aunque la radicalidad en este caso consistía en dejarse fagocitar por Podemos que los votantes de IU han rechazado taxativamente aunque las bases apoyaron la fusión.

*Rafael Esteve Secall es miembro del Club DEMOS 78