Son siete de cada diez, según las últimas estadísticas (que diría Dámaso Alonso) los españoles que nunca se asoman a un libro ni van jamás a un museo. Qué pobreza de país, he pensado un poco triste, y luego me he parado un rato en una esquina en sombra a contar la gente que pasaba, a mirar sus caras, sus actitudes. De cada diez he elegido las tres personas que me parecían más agradables, más bellas, más nobles, y me he dicho a mí mismo, con esperanza: tal vez para estos escribo.

Vicente Aleixandre compuso un extraordinario poema bajo el título de Para quién escribo, demasiado extenso para ponerlo entero aquí, y es una pena, porque al menos siete de cada diez de mis paisanos jamás lo habrán leído. De los restantes, acaso muchos tampoco se hayan acercado nunca a la dulzura de este poeta maravilloso que habitó entre nosotros. En ese poema nuestro Nobel decía escribir «acaso para los que no me leen. Esa mujer que/ corre por la calle como si fuera a abrir las puertas/ a la aurora», y es posible que tuviera razón y que, aún sin pretenderlo, uno acabe siempre escribiendo para los que no le leen, para los que jamás le han leído y jamás le leerán, para los que el bar es un sitio mucho más habitable que el museo o la librería, para los que gastan su tiempo de ocio en «parques y mercados» y jamás van al cine a que les estremezca el alma Paolo Sorrentino, por poner un ejemplo nada más.

Sin embargo, no hay motivos para extrañarse tanto. Desde que las redes sociales invadieron nuestra vida tenemos un estupendo mirador para comprobar cómo son las cosas en realidad, qué es lo que verdaderamente interesa a la gente. Cuando se hace viral y tiene millones de reproducciones el vídeo de un crío llorando a moco tendido, o el de un gato torpe que se cae porque no ha medido bien un salto o porque rodó dormido, deberíamos darnos cuenta de hasta dónde ha llegado esto, qué estamos haciendo con nosotros mismos.

Escribir artículos en las hojas volanderas de los diarios y algún poema y a veces alguna novela (que igualmente tienen alma de pájaro y van con el viento siempre a ninguna parte), acaso no sea más que eso, escribir «para todos los que no me leen, los que no se cuidan de mí», y uno se haya dejado la vida (en alguna parte hay que dejársela) arando el mar, soplando al viento.