Una polémica ha estallado entre destacados economistas alemanes a cuenta del equilibrio presupuestario y la política de austeridad, auténtica cura de caballo impuesta por Berlín a sus socios europeos.

¿Tiene esa doctrina sus raíces en el llamado ‘ordoliberalismo’ de la escuela de Friburgo, clave del éxito económico y la paz social de la Alemania de posguerra?

Lars Feld, director del instituto que lleva el nombre de Walter Eucken, uno de los padres intelectuales de esa doctrina económica, acusa a su colega Peter Bofinger de ver erróneamente en ése el iniciador de un supuesto «excepcionalismo» germano: el que aboga por el equilibrio presupuestario a toda costa.

En un artículo publicado en el Süddeutsche Zeitung, Feld critica al «keynesiano» Bofinger por sumarse a una campaña franco-italiana y anglosajona que tiene, según él, como objetivo «debilitar la posición alemana».

Según los impulsores de esa campaña, «Alemania debería abandonar definitivamente su dura política a favor de la consolidación de las finanzas públicas y de reformas estructurales en la eurozona».

«Dado que la Unión Europea carece de capacidad fiscal propia, se impone, según aquéllos, flexibilizar el pacto de estabilidad y crecimiento o, alternativamente, debe Alemania abandonar la senda de consolidación elegida».

Feld no puede estar más en desacuerdo: en primer lugar, según él, la política fiscal germana es actualmente «expansiva», habida cuenta de «la reducción de su superávit estructural».

Además, aquéllos se olvidan, según Feld, de «la lógica económica de la unión monetaria», según la cual «si disminuye la demanda en Francia y aumenta en Alemania, no pueden reaccionar ni el Banco de Francia ni el Bundesbank con una política monetaria expansiva en un caso y restrictiva en otro para estabilizar el nivel de demanda mediante los tipos cambiarios».

En tal caso tienen que actuar «bien los mecanismos de adaptación reales para restablecer el equilibrio franco-germano o bien los Estados miembros han de acordar un sistema de transferencias financieras para mitigar los choques asimétricos».

Pero a falta de una «unión de transferencias, está en la naturaleza de la unión monetaria el que el lado de la oferta tenga que recurrir bien a la emigración de trabajadores y al flujo de capitales o a la flexibilización de salarios y de precios».

Ahora bien, dada «la mucho más reducida movilidad de trabajadores en el espacio económico europeo en relación con la existente en Estados Unidos, es evidente que no hay otra salida que flexibilizar el mercado laboral y el de productos».

Según Feld, su colega Bofinger está en la tradición de los economistas alemanes que, desde que se pasó del sistema de cambios fijos al de cambios flexibles, reprochan al Gobierno alemán descuidar totalmente «la demanda» y preocuparse únicamente de la oferta.

Eucken, afirma Feld, defendía la teoría de que la oferta genera a medio plazo su propia demanda, por lo que los desequilibrios que pueden producirse son siempre temporales. Para Keynes y sus seguidores, no es la producción la que determina la demanda, sino más bien a la inversa.

Pero lo más irritante para Feld es que alguien como Bofinger, «que recogió en su día firmas a favor de la introducción del euro, quiera ahora persuadir a los políticos alemanes de la necesidad de una unión de transferencias, que costará mucho dinero al contribuyente germano».

Bofinger debería tener además en cuenta, según Feld, que incluso el Banco de Pagos Internacionales, con sede en Basilea, da la razón al padre del ordoliberalismo.

«La economía mundial no puede permitirse el seguir apostando por un modelo de crecimiento financiado con la deuda y que es responsable de la actual situación», advierte el conocido como «banco de los bancos centrales».