"Al final el «patito feo» pasó a ser bonito", constató el seleccionador luso Fernando Santos. Éder, el más discutido de los 23 convocados, fue elevado a héroe nacional con el gol que derrotó a Francia en la final de la Eurocopa ¿Su secreto? Una coaching y una dura infancia de superaciones. Ederzito Antonio Macedo Lopes, un corpulento delantero nacido en la antigua colonia lusa de Guinea Bissau, tenía hace tiempo la etiqueta de «patito feo» colgada por la mayoría de los aficionados y de la prensa portuguesa.

De carácter tímido, hasta el domingo había anotado unos exiguos tres goles en 28 partidos con Portugal. Desde que Paulo Bento le hizo debutar el 11 de septiembre del 2012, en un partido clasificatorio para el Mundial del 2014 ante Azerbaiyán, la sombra de la duda perseguía al actual delantero del Lille.

Siempre estuvo lejos de ser titular y cuando jugó lo hizo por lesiones de los delanteros centros titulares (Hélder Postiga y Hugo Almeida). En el Mundial del 2014, le tocó ese papel de actor suplente y pasó inadvertido en los tres encuentros que jugó, dos de ellos supliendo a Almeida y a Postiga.

Desde que Santos dirige a Portugal, su participación fue aún más testimonial, pues el actual seleccionador cambió de esquema táctico, de 4-3-3 al 4-4-2, para no jugar con un ariete. Éder no daba las garantías suficientes. Aun así, su altura (roza los 1,90 de estatura) y capacidad de jugar de espaldas a la meta acabaron por convencer a Santos para darle uno de los 23 lugares en la convocatoria para el torneo europeo. Hasta anotar el derechazo en el 109 de la prórroga ante Francia, había disputado unos 15 minutos distribuidos en la fase de grupos de la Eurocopa, en los amargos empates ante Islandia (1-1) y Austria (0-0).

Portugal empezó a estirarse más con él sobre el césped, con recurrentes pases a Éder, que provocó hasta cinco faltas con su excelente juego de espaldas y ganó varios balones aéreos. ¿Cómo llegó a soportar Éder tanta desconfianza? Él mismo dio la clave a la televisión lusa, una vez consagrado campeón europeo: «Quiero agradecer a Susana Torres, mi entrenadora de alto rendimiento que todos vosotros debían de conocer». El delantero luso-guineano recurrió a una coaching, una especialista que sigue un método de motivación para acompañar, instruir y enseñar a una persona con un objetivo concreto.

A parte de luchar contra el escepticismo general, Éder superó una durísima infancia. Nació el 22 de diciembre de 1987 en Bissau, capital de Guinea Bissau, antigua colonia portuguesa en África sacudida por la inestabilidad, la pobreza y el tráfico de droga. Éder emigró a Lisboa con su familia cuando tenía tres años. Sin embargo, el hoy héroe nacional acabó en un orfanato en los alrededores de Coimbra por la falta de condiciones económicas de sus padres. En «Lar Girassol» creció entre compañeros en su misma situación. Empezó a jugar al fútbol en la Associação Desportiva e Cultural da Adémia, en Coimbra. Durante su estancia en este pequeño club, se cuenta una anécdota. El dueño de una carnicería, aficionado del Adémia, le prometía a Éder una chuleta por cada gol que marcase. A los 18 años, pasó al Tourizense, club de las divisiones inferiores de la aldea de Touriz, en el centro-norte de Portugal.

A pesar de no haber sobrepasado los seis goles por temporada, el Sporting de Braga, el cuarto club mayor de Portugal, lo fichó. El Swansea lo contrató a cambio de 6,7 millones en la 2015-2016 y fue cedido al Lille francés. Ahora es héroe nacional y condenó a su país de acogida.