Nuestros aún socios británicos han preferido la salida. Y quizá tienen razón, porque una buena salida, para según qué cosas, es más eficiente que una buena recatada. Para otras, no. Para otras, las salidas no brillan y las recatadas son el extracto de todas las virtudes. Lamento sinceramente que el puntito anfibológico no le dé cancha al género masculino en este párrafo. Que nadie se enfade.

Cada cosa tiene su momento, aunque a tenor de la realidad diríase que las elecciones generales patrias no lo saben. Nuestras elecciones parecen perseguir que su tiempo sea todo el tiempo, hasta la eternidad. Si no, obsérveselas, ahí, erguidas, altivas, al compás de tres por cuatro, como las sevillanas, mirando cara a cara a las terceras, y aspirando a perpetuarse per sæcula sæculorum. Lo de elegibles a full time -ellos- es un hecho desde hace ojú de rato, lo de votantes a full time -nosotros- es la parte innovadora que nos traen los nuevos tiempos, parece ser. No sé..., me da que la situación que vivimos obedece a que ninguno terminamos de encontrar una buena salida, sea en el sentido que sea.

A mí, la salida de Europa -obviamente, me refiero al hecho de que el Reino Unido nos deje aislados a los del continente, como alguien dijera aquel día de niebla- me parece un tremebundo error y un paso desmedido, pero lo cierto es que últimamente todos pontificamos más de europeísmo de lo que lo ejercemos individualmente. ¿Sabemos alguno, quizá, qué es el europeísmo, sin pensar en defensa propia?

A pesar del gigantesco montaje y de las buenas intenciones -algunas dudosas-, cuando Europa fijó su objetivo en la Europa de los mercados y abandonó el de la Europa de las personas, entro en el bucle sin fin del desiderátum, del futurible, de la realidad aspiracional, del constructo bipolar..., pero sigue sin definir cuál es el objetivo posible y alcanzable, que, si sigue la norma, nada tendrá que ver con el objetivo idealizado, ni con el apriorístico común para todos y cada uno de los miembros. Lo alcanzable raramente tiene que ver con lo deseado, porque lo excelente es enemigo de lo mejor y lo mejor es enemigo de lo bueno. Pensar que el objetivo ideal para cada miembro pudiera ser el objetivo ideal para todos, sin merma, es otra forma sutil de definir la quimera.

Decía Borges que el tiempo es el mejor antólogo, y quizá el él único cierto, o algo así. Y la historia nos enseña cuantísimas veces, cuando los más preclaros se unen en pos de encontrar la media ponderada de lo mejor para todos, por arte de birlibirloque terminan creando reinos compartimentados y frangollones en los que se implementan las más excelentes y resultonas medidas de presente, que, a la postre, se convierten en las más pesadas losas para el futuro.

Hasta que todos no cesemos de construir «nuestra particular Europa en defensa propia», y comprendamos proactivamente que el clavo que para nuestro bien clavamos en nuestro muro puede aparecer, para su mal, en el del vecino (gracias papá), seguiremos navegando en los mares de los anhelos individuales, de los deseos subjetivos, de los sueños incompartibles... que no conducen a la Europa con la que tantos arengamos, que cada vez parece más utopía y más ensoñación.

Si Zeus volviera, y otra vez loco de amor por Europa, la hermosísima fenicia, volviera a transformarse en toro manso, y otra vez la invitarla a montar en su lomo, y la raptara, y otra vez más la preñara, quizá Europa cesara de ser lo que es: pura apariencia de fina filigrana cordobesa en presente, y un amargo y trasijado y frágil suspiro en futuro. ¡Ains...! -tal que así-.

Los salidos británicos han decidido ser torpes. Se equivocaron de salida, ¡qué tíos...! Y su torpeza ha empujado a parte de la profesión turística y de la representación institucional turística del terruño a salirse por el cuello de su camisa. O sea, ahora todos salidos. Pero, aunque en el ambiente reine un cierto tufillo a jindama aparcada hasta que pase el verano, que no cunda el pánico. Los intereses turísticos bidireccionales -que no caben en 725 palabras- y el número de actores turísticos implicados garantizan las buenas relaciones entre la bella Europa y la pérfida Albión, sin descalabros significativos. La sangre no llegará al río... Si no, al tiempo...