La lidia con el termómetro se va haciendo más cuesta arriba por momentos, tanto para los que ya están gozando de sus merecidas vacaciones como para aquellos que todavía tienen que convencerse cada mañana de que el despertador es el amigo del desarrollo profesional y no el enemigo de los sueños que queremos traer de una vez a la realidad.

Así, en el jardín del asfalto urbano, a la sombra del olivo más fresquito o con los tobillos en remojo, la temperatura golpea a todos por igual, coqueteando algunos días con cifras que superan los 40 grados, cuando no, la sensación térmica percibida es mayor que la real, debido al efecto de la humedad, las calorías que hemos ingerido y/o el grado de descanso que hayamos tenido la noche previa. Y es que llega un momento en el que el famoso estado de «ni siento ni padezco» está directamente relacionado con el grado de colapso al que llega nuestro cerebro, tras tanto tute y ajetreo termodinámico.

En los últimos años estudios empíricos han demostrado que el estado óptimo para trabajar nuestro intelecto se mueve en entornos relativamente fríos, entre los 19 y los 23 grados, y a partir de ahí, escalón que sube el termómetro, peldaño que baja la calidad de la tarea que estemos realizando. Como es de imaginar, cuanto más comienza a calentarse la máquina, mayor es la frecuencia y tamaño de los errores que cometemos, con el consabido riesgo de convertirnos paulatinamente en una especie de ameba, incapaz de razonar y articular palabra, deseosa de una pausa ibérica reponedora.

Estos días de estío, son mucho más llevaderos si aplicamos ciertos trucos para hacer frente a la cuestión, como son el hecho de ser condescendientes con la torpeza temporal de nuestra mente, provocada por una simple cuestión logística externa, y por lo cual no debe confundirse con nuestra capacidad y valía; evocar percepciones frescas mediante aires, ventiladores y recursos acuosos tipo ducha o humidificador, y aliarnos al verano con un buen helado, que transmita súbitamente la sensación refrigerante de las papilas gustativas directamente al hipotálamo, guardián regulador de nuestras necesidades más básicas y primitivas. El hecho es que «hace calor y punto», así que lo más inteligente será evitar ensañarse con problemas y cuestiones delicadas y abandonarse un poco al cóctel de la intuición, el sosiego y el dolce fare niente, aunque sea esos benditos minutos de siesta diaria que nos pide el cuerpo cada tarde, recordándonos que «veraneando, se va el tiempo volando».