La recuerdo perfectamente. La noticia de la llegada en aquel mes de junio de 1970 del general Charles de Gaulle y su esposa al Refugio del Juanar en Ojén. No me sorprendió la decisión del que fue uno de los más importantes estadistas del siglo pasado y hasta hacía muy poco tiempo el presidente de la República Francesa: terminar de escribir sus memorias y descansar en aquel hermoso lugar, aún más bello que las montañas de Córcega. En el antiguo pabellón de caza de los Larios, en plena Sierra Blanca, convertido por el Estado en un parador de turismo en 1965. Un pequeño paraíso al que nunca dejamos de admirar. Tuve desde sus comienzos una intensa colaboración con su magnífico personal, de la que siempre guardaré un gratísimo recuerdo. Fue gracias a mi trabajo entonces en una muy activa agencia de viajes de Marbella, sucursal de la legendaria Viajes Málaga, empresa fundada por la familia malagueña de los Utrera.

Era imposible no sentirse fascinado por el parador. Un lugar que confirmaba, hace ya medio siglo, que en España se sabía ya hacer muy bien las cosas, turísticamente hablando. Cuando el general de Gaulle tuvo que regresar a Francia dejó testimonio de su afecto y su gratitud a unas personas que tanta felicidad les habían dado a su esposa y a él. Ambos ya en las etapas finales de su paso por este mundo, en cuya historia han quedado las huellas de los múltiples legados del general. Entre ellos el más importante: la unidad de Europa. Cuando el ilustre huésped pidió la factura de su estancia, le informaron que por primera vez no podrían atender sus deseos. El general de Gaulle era invitado de honor del Estado español. Todavía se puede ver en la recepción del Refugio del Juanar la fotocopia enmarcada del cheque que por 50.000 pesetas extendió con cargo a su cuenta aquel venerable jubilado. Una cantidad importante entonces y una forma elegante de dar las gracias a aquellas buenas personas del parador.

A mediados de los años 80 la dirección nacional de Paradores anunció el cierre del Juanar, ya que los resultados económicos de su explotación aparentemente no eran satisfactorios. Una estupidez. Sin paliativos. Como pronto se demostraría, la rentabilidad del hotel era un objetivo alcanzable. Y sobre todo porque ya los tiempos estaban cambiando y ese mismo Estado que tan exigente parecía ser con la rentabilidad de aquel pequeño establecimiento turístico necesitaba proyectar una nueva imagen. Sobre todo fuera de nuestras fronteras. Porque para no pocos observadores, instituciones públicas muy importantes parecían ignorar la creciente marea de corrupción y cemento que estaba comprometiendo la rentabilidad social de las mejores costas de la España turística.

Afortunadamente para todos, los trabajadores del Juanar no aceptaron el cierre del refugio. Constituidos en una cooperativa y con la ayuda de la Diputación Provincial de Málaga consiguieron que durante muchos años les dejaran gestionarlo, ampliarlo y mejorarlo. Fue un buen momento para Málaga y su pujante industria turística. Y así hasta hace un mes. De nuevo el Estado, con un curioso daltonismo ético, nos amenaza con el cierre de una institución indispensable. Pues ésta lo ha sido, como símbolo y como un antídoto de la masificación. No quisiera para el Juanar un final como el que tuvo el viejo Santa Clara de Torremolinos, el Castillo del Inglés, uno de los más bellos enclaves del Mediterráneo. Borrado de la faz de la tierra por la codicia y la ignorancia. Desde estas modestas lineas, debo aplaudir y animar a mis buenos amigos de toda la vida, los ejemplares trabajadores del Refugio del Juanar. En sus manos vuelve a estar el destino del maravilloso lugar donde se ganan el pan de cada día. Digno de acttudes más clarividentes