Llevo toda la semana dando vueltas sobre qué escribir hoy. Me van surgiendo temas. Voy descartando unos porque otros me parecen más interesantes. Me van surgiendo ideas que después debo intentar plasmar cuando me siente delante del portátil. Y aquí estoy sentando delante del Mac. Llevo ya un buen rato y no soy capaz de teclear una letra. No me sale nada. No puedo concentrarme en ninguno de esos temas que me fueron surgiendo con el paso de los días. No puedo. No puedo centrar mi atención en nada y olvidarme de cosas verdaderamente importantes que han pasado y que no saco de mi cabeza. Quiero escribir sobre algo banal, hasta divertido, que me saque una sonrisa mientras teclee y que intente sacar esa misma sonrisa a todos los que ahora estáis gastando tres minutos de vuestro tiempo para leer lo que escribo. Pero no puedo. No soy capaz.

La nueva plantilla del Unicaja, la Eurocopa, quién será el nuevo seleccionador de fútbol, los fichajes del Málaga o los primeros descartes de Scariolo son temas sin importancia después de conocer el jueves por la noche que un loco la lió en Niza. ¿Qué debe pasar por la cabeza de alguien para conducir un trailer por el paseo marítimo de la ciudad francesa en plena celebración nacional? ¿Qué corazón debe tener ese hombre si lo que pretende es atropellar a todos los grupos de personas con los que se encuentre? Da igual que sean niños o mayores. Da igual si hasta tienen tu misma religión (que parece ser la razón del acto terrorista). Da igual todo. Sólo arrasa con ochenta y cuatro vidas y manda al hospital a cientos de personas que no se metían con nadie, que no reivindican nada, que simplemente paseaban por el paseo marítimo de una ciudad turística. Vi unas imágenes de tres carritos de niños pequeños vacíos una vez que pasaron algunas horas de que fuera abatido el loco que conducía el trailer. No paro de preguntarme qué pasó con esos chiquillos. Deseo con todo mi corazón que sus padres sacaran de los carritos a sus hijos y corrien con ellos en brazos para salir de la avenida y del peligro. Pero sólo puedo desearlo. Jamás sabré si esto fue lo que sucedió.

Esto pasa cuando todavía está tan reciente lo que sucedió en Bruselas o el brutal atentado en la sala Bataclan en París. Cada vez son más frecuentes desagradables noticias como estas. Cada vez el tiempo que transcurre entre una y otra es menor.

Pero, cuando todavía no soy capaz de reaccionar, otros locos intentan dar un golpe de Estado en Turquía. A estas alturas de la civilización en países como Turquía hay algunos que piensan que pueden dar un golpe de Estado y quedarse con un país. Afortunadamente el pueblo no se ha dejado vencer y ha derrotado a esos militares que pensaban que podían actuar con impunidad y quedarse con un país sin respetar a nada ni nadie. Pero el orgullo que puedo sentir por cómo se han comportado los ciudadanos turcos no me quita de la mente las doscientas vidas que ha costado la locura de unos pocos.

Entre medias los «sanfermines». No entro a enjuiciar los encierros o la aglomeración de gente bebiendo alcohol sin descanso como si se fuera a acabar el mundo. Allá cada cual con sus actos, puesto que nadie te obliga a correr delante de los toros o beber hasta el coma etílico. Pero me parece lamentable que cada año se multipliquen las denuncias por presuntos abusos sexuales en estas fiestas. Estoy seguro de que esto mismo sucederá en otras muchas fiestas que durante el verano se irán celebrando por todo el territorio nacional. Los «sanfermines» se acaban de celebrar ahora y me refiero a ellos porque en este momento me resulta vergonzoso que puedan ser noticia por esto.

Me da la impresión de que en vez de avanzar vamos marcha atrás. ¿Qué puede pasar por la cabeza de alguien para abusar de una mujer? ¿O de agredirla e incluso matarla? ¿Cómo alguien puede pensar que existe una razón para entrar en una sala de conciertos y liarse a tiros o conducir un trailer atropellando personas? ¿Quién se cree aquel que piensa que puede someter a un país sin su consentimiento, usando la fuerza, sin ser elegido democráticamente?

Espero sepáis disculparme porque me hubiese encantado hablar de otro tema más divertido, pero entonces no hubiese sido honesto ni con vosotros ni conmigo.