Álex Abrines acelera en el escalafón del baloncesto sin necesidad de culminar los escalones que atraviesa relampagueante. Si existiera la figura del maltrato y el castigo baloncestístico, se podría atribuir a la relación estupefaciente y mala del Barça con el jugador mallorquín. Sólo la apabullante confianza en sí mismo del alero le ha permitido sobrevivir al sambenito de irregular jugador genial, al que solo se recurre cuando no queda otro remedio y es la última opción a la que acudir. Desde la primera temporada que el azulgrana llevó a cabo, tras quemar a toda prisa la etapa en el Unicaja, quedó claro que el entrenador cumplía a regañadientes con las instrucciones del club sobre un fichaje que no satisfacía sus designios técnicos. En el capítulo final del contrato con los barcelonistas, Abrines tampoco figuró en el quinteto que se jugó a muerte la última Liga contra el Madrid. El entrenador prefería a Oleson. Este apartamiento deliberado hubiera estancado cuando menos la carrera de un jugador menos dotado. Sin embargo, el mallorquín se revuelve, toca madera de banquillo y clausura una temporada sin Liga ni Euroleague ingresando por la puerta grande en la gran NBA.

Los espectadores y seguidores de este deporte agradecemos la presencia en la cancha de jugadores de clase depurada, como el aspirante a Oklahoma Kid. Sin embargo, los entrenadores se muestran inmisericordes con las estrellas con puntería pero que no bajan el culo al defender, por mencionar groseramente el talón de Aquiles de Abrines. Concreta su afán de protagonismo en el ataque, transita del descaro de las nuevas generaciones de deportistas españoles a la impertinencia. Tampoco se esconde en las declaraciones, tiene que haberle costado convivir con el ostracismo a que le ha condenado su último entrenador.

El penúltimo presidente de la Federación encumbraba a Abrines como el gran salvador del baloncesto español, Garbajosa no lo citaba en su enumeración estelar durante la campaña electoral. Mallorquín sustituye a mallorquín, y no se hablaría con igual énfasis del Oklahoma Kid si no aspirara al codiciado trono de heredero de Rudy. El neófito en la NBA se mira jugando. No precisará de adaptación a la Liga estratosférica porque nació campeón, aunque no disponga de grandes títulos para probarlo. Escala en profundidad. Ha llegado a la cima a fuerza de calidad, de ambición y de trabajo, no de números.