Las mejores aventuras culturales son las que te invitan al descubrimiento, las que te asoman a mundos y rincones que parecen inagotables, infinitos; las que son, en definitiva, la promesa de un viaje sin más destino que el del disfrute y los ojos abiertos por la continua sorpresa. De ahí mi especial predilección por el Museo Ruso, una ventana a una cultura y una expresión artística dolorosamente desconocida entre nosotros. Cualquier exposición de la pinacoteca que ocupa La Tabacalera le sirve a uno para descubrir obras y autores que aquí, como mucho, ocupan pies de páginas en enciclopedias y blogs. Me sucede con cada temporal o anual: si la todavía en cartel Las cuatro estaciones me sirvió para adentrarme en el pincel de niebla y luz de Arjip Kuindzhi, las nuevas provisionales de la rama malagueña del Museo de San Petersburgo me han llevado a pequeñas obsesiones con Vera Pestel (Tía Pasha) o William Brui (New York), por poner dos ejemplos. Y de ahí, seguro, tiraré del hilo y descubriré muchos otros nombres para mí absolutamente desconocidos, hasta que, dentro de unos meses, la nueva muestra temporal del Ruso me traerá nuevas pistas, indicios e hilos de los que tirar. Así que vayan al museo para ver las piezas de Marc Chagall -son fantásticas, por supuesto: especialmente, Amantes azules, una auténtica maravilla-, pero no se queden sólo en eso, por favor. Que hay mucho, muchísimo por descubrir y disfrutar.