Eso de «vencerás pero no convencerás» puede aplicarse a la mayor economía europea, la Alemania egoísta y miope de Angela Merkel y Wolfgang Schäuble. Pues como señalaba en un reciente artículo Hans Kundnani, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, poder no equivale necesariamente a hegemonía.

Hegemonía es estar en condiciones de garantizar la estabilidad del conjunto del que uno forma parte, y ello presupone altura de miras, que es lo que parece que le falta en este momento al país central de Europa. Un país que aspira a la hegemonía tiene que estar dispuesto, sostiene Kundnani, a asumir a corto plazo ciertos costos si ello garantiza la cohesión a más largo plazo del sistema.

En plena crisis europea, el jefe del grupo parlamentario de la gobernante CDU, se permitió decir eufórico que en Alemania «se hablaba ya alemán». Es decir que todos bailaban al son que marcaba Berlín. Y no le faltaba razón porque daba igual que el Gobierno fuese conservador como el del PP o socialista, al menos de boquilla, como el de François Hollande y amenazase con rebelarse contra la austeridad impuesta por Alemania.

Al final, como se ha visto en el país vecino, el Gobierno agachó las orejas y terminó sometiéndose, como antes el nuestro, al diktat berlinés. ¿En qué momento, al menos en los últimos años, ha estado Alemania dispuesta a escuchar al menos los argumentos de sus socios?, se pregunta Kundnani en su artículo y nos preguntamos con él también nosotros.

Estados Unidos actuó de otro modo con su plan Marshall después de la Segunda Guerra Mundial aunque no fuera ciertamente por motivos altruistas: la superpotencia tenía enfrente al bloque soviético y esperaba por otro lado futuros beneficios económicos de la prosperidad europea occidental.

El ministro alemán de Economía, Wolfgang Schäuble, con seguridad conoce la teoría de la estabilidad hegemónica en el sistema de relaciones internacionales, pero, sostiene Kundnami, «confunde hegemonía con poder». Un auténtico hegemón habría tratado de impedir con muestras de mayor flexibilidad y generosidad económica que la crisis alcanzase la gravedad que ha alcanzado en los países mediterráneos. Pero no es la primera vez que Alemania combina «hubris» y miopía política. Y ello es siempre peligroso.