El Museo Ruso está hecho un Chagall en Málaga. La semana pasada Niza encogía el alma con sus asesinados en el paseo marítimo. La osamenta de Marc Chagall (enterrado en 1985 en Saint Paul de Vence, un pueblito de unos 3.000 habitantes cerca de Niza) le habrá dado la mano a todos ellos, fundamentalmente a los niños, para hacerles volar junto a su amada, como en el cuadro El paseo, uno de los quince lienzos del artista que se pueden admirar desde hoy en la exposición «Chagall y sus contemporáneos rusos» (junto a la quijotesca exposición dedicada a Cervantes en la pintura rusa; y la actual e irónica «Resistencia, Tradición y Apertura»). Al fin y al cabo, Chagall sabía como Calderón que toda la vida es sueño, y no sólo en el sentido existencial porque se pase como un suspiro. Como una realidad onírica, como una imposible verdad, la miró desde la infancia, la vivió y la pintó: «Hay que ver el mundo con otros ojos, como si acabaras de nacer».

Chagall y sus ocho hermanos se criaron en una humilde familia judía de la actual Bielorrusia. Casi todos los miembros de la misma aparecen en algún momento reflejados en su obra. Fue una de sus primeras libertades personales, ya que según la interpretación ortodoxa de principios del siglo XX contrariaba uno de los preceptos hebraicos («No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra…» Éxodo 20: 4-5 y Deuteronomio 5:8). El propio Chagall aparece en no pocos de sus cuadros. Lo que también contrariaba la tendencia moderna de aquellos años de romper con lo figurativo y buscar la abstracción en el arte. «No quiero parecerme a los otros, quiero ver el mundo a mi manera».

Esa libertad ‘chagalliana’, desprejuiciada y personal, es uno de los atractivos de su obra. Aunque también están presentes en ella el neoprimitivismo, la descomposición de la figura, los perfiles cubistas y tantos otros rasgos que fueron caracterizando su época cultural y artística, tanto en su Rusia natal como en el ineludible París, y después, obligado por el exilio, en EEUU. Incluso anduvo Chagall por España. En los años 30 llegó a pasar dos veranos en la Costa Brava. Por eso hay un cuadro suyo, El violín celeste, en el pequeño museo municipal de Tosa de Mar.

La primera vez que viajé a París, de muchacho mochilero, en 1989, coincidiendo con el 200 aniversario de la Revolución Francesa, disfruté de la seria alegría de Chagall en el techo del Palais Garnier. El guía nos comentaba, cuando aún no utilizábamos internet, que en esos 220 metros pintados por Chagall a sus 76 años estaban representadas óperas de compositores como Wagner, Mozart, Verdi, Beethoven o Tchaikovski. Pocos valoraron el trabajo que estaba haciendo el personal y libre ruso hasta que el techo estuvo pintado. Entonces, de entre las voces críticas se publicó una frase afortunada que suelen repetir quienes enseñan la Ópera de París a visitantes hambrientos de anécdotas que llevarse de recuerdo: «Por primera vez los mejores puestos de la sala son los que están más cerca del techo».

-No estuve entre quienes celebraron la llegada del Museo Ruso al antiguo edificio de Tabacalera malagueño. Hoy me arrepiento. He visitado todas sus exposiciones y, sin ser, por supuesto, experto en arte, sino sólo un observador cotidiano y un ciudadano hambriento de Cultura en defensa propia, me parece el espacio expositivo que quizá más acerca a Málaga al techo. Ahora de la mano de Chagall…-