Recuerdo la llegada a Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia. Teníamos allí una reunión de la Convención Europea del Paisaje, institución modélica y vital para el futuro de Europa. Que espero supere sin demasiados problemas los envites de los bárbaros del brexit y sus conmilitones de los diversos Fascios. No tardé en darme cuenta de un problema que tenía aquella agradable ciudad, que llevaba muy dignamente sus más de dos mil años de historia y el nombre de su princesa fundadora, una hermana de Alejandro Magno. En muchas de sus calles y plazas se echaba de menos la presencia de los árboles. Muy deseable ésta en vista de los resultados de la profunda -y no siempre afortunada- transformación urbanística de Tesalónica que se hizo en los años 50. El paso del tiempo no ha favorecido la mediocridad inicial de algunos edificios que contrastaba, desnuda, sin el auxilio de los árboles, con añorados legados de un pasado glorioso.

En la admirable Marbella sigue habiendo buena gente a la que no le importa complicarse la vida para proteger su patrimonio natural. A ellos -a los de ahora y a los de antes- les agradezco su apoyo a los árboles que conviven con nosotros en esas calles maravillosas de mi pueblo. Calles frescas y amables bajo el dosel verde y la luz tamizada de sus bóvedas de árboles generosos. Siempre es una delicia pasear por ellas. Incluso en las horas más feroces de la canícula de estas latitudes. Recuerdo a aquellos que tuvimos que complicarnos la vida en épocas que desearíamos poder olvidar algún día. El 20 de julio se convocó una concentración de la plataforma vecinal «Marbella por sus árboles». Me recordó que el lugar en el que vivo tiene el privilegio de una ciudadanía que ama y se complica la vida por su ciudad.

En el Bucarest de Nicolae Ceaucescu, aquel sátrapa talaba árboles y destruía edificios y paisajes urbanos irrepetibles. Así lo conté hace algo más de dos años en un artículo en La Opinión de Málaga. Cuando la tala brutal de la calle que lleva el nombre del ilustre notario y convecino don Luis Oliver. Recordé entonces a Nina Cassian, la poetisa rumana, la maravillosa traductora de Brecht y Molière. Aquella mujer valiente le hizo llegar su protesta al dictador. Nos lo contó, ya en su exilio de Nueva York, en uno de sus poemas: «Con sílabas racionales, intento aclarar lo que la mente oculta y también aquella violencia promiscua. Las palabras de mi protesta no tienen ningún poder, ya que el enemigo es analfabeto». Son situaciones que han conocido y siguen conociendo los que viven en las costas del Mediterráneo. Duermo mejor cuando pienso que en Marbella simplemente no se permitirían.