Raúl Báñez, un estafador recientemente detenido en Madrid, ganó 390.000 euros con un invento inexistente al que denominaba «estructurador molecular sónico». Para conseguir unos beneficios de casi cuatrocientos mil euros vendiendo productos reales, trátese de relojes o de berenjenas de Almagro, hay que trabajar muchas horas porque lo real rinde poco, cada día menos. Lo ficticio, además de tener un coste marginal cero (signifique lo que signifique «coste marginal cero») hace furor. Lo estoy comprobando estos días al recuperar las horas de televisión de las que el invierno no me permite disfrutar. No hay programas propiamente dichos, ni guiones, ni sindéresis, solo una o dos personas (a veces siete u ocho) pronunciando sandeces a las que uno se queda misteriosamente enganchado. ¿Por qué? Habría que estudiarlo, pero a brote pronto, en plan tormenta de ideas, se me ocurre que uno permanece ahí, primero, porque todos tenemos un lado idiota que necesitamos cultivar y, segundo, porque nos parece inverosímil tal cantidad de estupidez. De un momento a otro, nos decimos, alguien va a decir algo inteligente. La inteligencia surge con la publicidad que patrocina esos espacios.

Vendedores de nada, o de estructuradores moleculares sónicos, como ustedes prefieran. Reconozco que para inventar un estructurador molecular sónico hay que poseer un talento verbal fuera de lo común. A mí me llaman del banco aconsejándome invertir en algo con ese nombre e invierto. Tuve suerte de que no me ofrecieran preferentes porque me habría dejado hasta la camisa. Si no recuerdo mal, las preferentes pertenecían a la categoría de los "productos estructurados". ¿Quién va a negarse a adquirir algo estructurado en un mundo en el que está todo patas arriba? Recuerdo que hace unos años, a las puertas del Guggenheim, pregunté a una señora a qué se debía el éxito del famoso museo bilbaíno.

-A su estructura -respondió sin dudar un segundo.

La nostalgia del equilibrio es sistémica, como la crisis. El desorden (el mental sobre todo) es la simetría del presente. Significa que ahí hay un mercado para cualquier estructurador molecular, aunque no sea sónico.