Es fácil el odio en estos días. Cómo no va a ser fácil responder así, con odio, al odio que nos envuelve, al odio que se nos echa encima en forma de camión desbocado, o entre hamburguesas, o ante el altar de una modesta iglesia o en cualquier otra parte que imaginarse pueda. Es fácil dejarse llevar y empezar a mirar con rencor al otro, al que nos produce miedo porque es distinto y sospechoso.

Estamos en guerra. Lo ha dicho el Papa, que dicen es infalible. Uno tiene la tendencia de preguntarse a sí mismo, Historia Universal en mano (o Google, si no se quiere cargar con el pesado volumen), cuándo no ha estado la Humanidad en guerra, si parece ser nuestro único destino o, al menos, la dedicación a la que más interés hemos puesto a través del tiempo. Matarnos los unos a los otros es un mandamiento nunca pronunciado pero ávidamente seguido, es fácil comprobarlo.

Y nos mantenemos igual, según se ve. Pero de la situación actual me preocupa tanto la acción como la reacción. No es difícil imaginar que pronto surgirán movimientos de respuesta a estos atentados indiscriminados (igual de indiscriminados, por cierto, que nuestros democráticos bombardeos, véase el del pasado 19 de julio, cuando sesenta civiles, entre ellos varios niños, murieron cuando huían de los combates en la localidad de Al Tukhar, en Siria, al ser confundidos con yihadistas) en Europa, produciendo más muertes de inocentes, más terror, más dolor y más sangre. Cuando empiece la venganza, que en algún momento empezará, serán los musulmanes el objetivo, a pesar de que la inmensa mayoría de los musulmanes, como la inmensa mayoría de los seres humanos, solo quiera vivir su vida en paz, y sus muertes serán tan injustas y dolorosas como las de cualquier otro.

Porque cada vez que se comete un atentado en nombre del Islam, se comete un atentado contra el Islam, y cada vez que alguien, al matar a otro, dice hacerlo para mayor gloria de Alá, lo transforma (a él y a los creyentes) en un asesino, en un ente cruel y desalmado, en un demonio. Y lo mismo se puede decir para el resto de credos, sin distinción. El homicidio es cosa de hombres, no de dioses, y es terrible que aún no lo hayamos aprendido y sigamos queriendo dar linaje divino a lo que es pura maldad humana.

Creo que tiene razón el Papa cuando dice que esto no es una guerra de religiones, porque la religión, si no es consuelo para el alma, no es nada más que fanatismo loco que convierte al ser humano en un criminal.