En mi pequeñísimo nombre no vayan a unas terceras elecciones. Ya no sabe uno qué decir para evitarlo. Así que, al menos, uno quiere dejarlo claro. No soporto la idea de que en este país no seamos capaces de practicar la democracia, y por tanto de defenderla, si los resultados de las elecciones no lo ponen fácil. Hay que regresar de la contaminación partidista a la política, lo que no impide defender el partido, pero no contra la sociedad que sí o no lo vota.

Aquí no hay segunda vuelta. Éste no es un sistema presidencialista. Quisimos tener el sistema electoral que tenemos, parlamentario hasta el último escaño. Por tanto, se podría soportar que hayamos tenido que ir a unos segundos comicios tras un año tan electoral y partidista como el pasado; soportar la incapacidad para pactar no ya un gobierno estable sino una simple investidura. Pero soportar unas terceras elecciones no.

Ya es muy preocupante la fatiga democrática que acumulan los votantes más sacrificados, aquellos que son capaces de esperar siempre un poco más para que gobiernen «los suyos», lo que les da el derecho a exigir a los otros que cuando les toque pasar a la oposición esperen ellos lo que tengan que esperar.

Un nuevo fracaso ahora también destrozaría la fe de quienes votaron creyendo que, si no hay una aritmética razonable para sumar apoyos por quien quedó segundo una vez más, éste debe facilitar el gobierno de quien ha sido aún más votado esta vez (sin renunciar a ser una oposición dura, aunque responsable en asuntos de Estado, y no sin condiciones de regeneración a quien se le permitiría gobernar, el PP en este caso) En ese sentido podría haberse producido el gesto de la abstención del PP en las elecciones andaluzas, lo que habría sido un precedente para que Rajoy lo hubiera esgrimido ante Sánchez en la absurda reunión de anteayer (aunque no sabremos con qué eficacia al ser también los socialistas Susana Díaz y Pedro Sánchez adversarios en su interno campo de no batalla).

Una tercera llamada a las urnas consolidaría el hartazgo de aquellos que creen que si el país lo necesita, ante las consecuencias de la crisis vivida y la incertidumbre internacional, no es ninguna traición el hecho de que dos partidos que son alternativa, adversarios en la contienda electoral -vamos a olvidar de una vez lo de «enemigos»- puedan gobernar juntos el barco para estabilizar la nave e impulsar las velas, sea compartiendo sus respectivos programas o como sea. Como consolidaría también el rechazo de esos votantes que creen que siempre es mejor una legislatura que ponga en práctica al menos algunas de las propuestas del partido que votaron, si no fue el que obtuvo más escaños para intentar formar gobierno ni tantos como para sumar una alternativa moral y políticamente clara para formarlo?

Quizá porque es agosto en este país de acalorados, hay unos que ya me recriminan ser de los otros sólo por pensar así. A ellos les diré, si hay terceras elecciones, que ya mi nombre es Ninguno.