En pétalo del cielo al azar deshojado. Cierras lo ojos, piensas hacia adentro un deseo y pides que se cumpla fuera de tus sueños. Cientos de personas harán este ritual esta semana. En Málaga, en Madrid, en Río, en Madagascar, en Marrakech, en el valenciano embalse de Benagéber. De nuevo dos o tres madrugadas de Las Perseidas, bocarriba la mirada y lo más alto posible de un lugar a salvo de la agresión lumínica. En compañía de amigos o en pareja recién estrenados a la aventura de aprender a quererse, o a saber hasta dónde se está enamorado. Es lo que tienen las estrellas. Las que más entienden de los silencios del corazón, de sus quimeras y ambiciones. También de la curiosidad del ser humano por descubrir el misterio de sus dibujos, trazados en puntos blancos que sumados completan un caballo, un arquero, un carro. Las brillantes constelaciones de Casiopea y de Orión, y otras siluetas virtuales en la esfera celeste. Ese viejo mapa de héroes y de parejas inmortales, de castigos y de premios. Las tramas y los personajes del libro más antiguo que existe: el cielo donde nos gusta imaginar que leemos nuestro destino. En una noche de verano o cuando ruge el lobo del invierno.

Nos lo enseñan desde niños. En brazos o de la mano de abuelos o de padres. La mirada, que sólo se abrirá tanto como cuando se descubre el mar por vez primera, tutelada por su dedo orientado hacia las estrellas como si fuesen renglones entre los que ir pronunciando, sin dejar de arrastrar suave la yema sobre las brillantes vocales y consonantes, la lectura de historias mitológicas. Creceremos a las exigencias grises de lo real y la mirada bajará muchas veces al asfalto, la dura lona en la que se fracturan los sueños o nos golpeamos cuando nos derriban las derrotas, pero siempre volveremos a esa abovedada página negra para oponerle misterio o paz a nuestras preguntas o a nuestras congojas. Ninguna rechaza nuestro gusto por estar lejos, ocultos y desdoblados, buscando en su contemplación nuestra visión interior, el lenguaje de la duda y el de la invocación. Nos entendemos en la intimidad con ellas. Después de todo, como nos explicó Carl Sagan, somos un polvo entre hidrógeno y eones de tiempo en medio del espacio y en el interior de las estrellas donde se produce la alquimia entre el carbono, el hierro, el azufre, el silicio y el magnesio que nos rodean en nuestro día a día y forman los cimientos de nuestra propia existencia molecular.

Contar Perseidas o hacer de cada meteoro de las Líridas de abril o de las Leónidas de noviembre un secreto que se cumpla a nuestro favor se ha convertido también en un negocio turístico. En Málaga Carlos Malagón creó una empresa, Astroshop, que vende telescopios de todos los modelos y tamaños. Sus servicios son solicitados para el montaje de planetarios y observatorios científicos o educativos en otros países, y el creciente interés de la gente por identificar las estrellas, los cúmulos y los planetas le llevó a ofertar también las noches de observación en el Torcal de Antequera. El astroturismo es una fórmula que permite atraer más visitantes a lugares que no se tendrían en cuenta. Mike Simmons, director de la asociación Astrónomos sin fronteras, lo tiene claro «Los aficionados a la astronomía pueden considerar nuevos destinos por la calidad de un cielo y el deseo de tener una experiencia única». La fundación Starlight, creada en 2009 por el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), trabaja por la protección del cielo y lo reivindica como derecho de la humanidad. Luis Martínez, su director, apuesta por una divulgación científica de ese patrimonio cultural, medioambiental y movilizador de la economía a través del turismo de las estrellas. Con ese propósito su fundación acredita con certificados de calidad lugares de todo el mundo que tienen muy buen cielo.

España encabeza la lista de reservas y destinos turísticos Starligh, respaldada por la UNESCO, la Organización Mundial de Turismo, la Unión Astronómica Internacional y el Instituto de Astrofísica de Canarias, donde nace y donde se certifican los primeros puntos de observación estelar a cielo abierto. En la actualidad cuenta con Alqueva en Portugal; la Reserva de la Biosfera Valles del Leza, Jubera, Cidacos y Alhama en La Rioja; Granadilla de Abona en Tenerife y Gredos Norte. Y en diferentes etapas del proceso de calificación esperan la Reserva de la Biosfera de Fuerteventura, Antofagasta (Chile), Sierra Morena (Jaén), Javalambre (Aragón), la Reserva de la Biosfera de Doñana (Huelva), Monfragüe (Cáceres) y la Reserva de la Biosfera Southwest Nova Scotia, en Canadá. En cualquiera de ellas y en una noche propicia se puede llegar a ver hasta 6.000 estrellas a ojo desnudo. En otros lugares, sin esa certificación y calidad de cielo, lo habitual es que no se vean las estrellas en todo su esplendor, y menos aún el hermoso río de la Vía Láctea.

La vida vive 24 horas y más de la mitad de las criaturas del planeta son nocturnas. La degradación de la calidad de la luz las afecta peligrosamente. El nuevo atlas mundial de la polución lumínica, elaborado por una decena de investigadores europeos y estadounidenses, y que actualiza el que se realizó hace 15 años, pone de manifiesto los problemas que conlleva no considerar la oscuridad como un hábitat . Uno de los responsables del estudio, Fabio Falchi, afirma que para encontrar un cielo realmente prístino un habitante de Madrid o de Barcelona tendría que viajar hasta el norte de Escocia o a algunas zonas del desierto del Sahara.

Hasta hace unas semanas, teníamos la maravillosa opción cercana de La Palma, donde además está el observatorio Roque de los muchachos y la empresa Ad Astra, fundada por Elena Nordio, que organizaba jornadas de observación diurna y nocturna, paseos bajo las estrellas y degustación de una copa de vino a la luz de la luna. La cagada imprudente de un joven alemán, al que se le escapó una hoguera, ha provocado la devastación de su Reserva de la Biosfera. El fuego no sólo ha calcinado lo que fue la belleza de una sinfonía verde. Su cielo estará también contaminado por la resaca de cenizas y de humo. Al margen de lo que la ley determine con el culpable, habría que mirar al cielo de la política canaria y preguntarse qué medidas de prevención, de vigilancia y mantenimiento medioambiental han estado en vigor y cuánto profesionales velaban por el sueño paradisíaco del paisaje por el que todos hemos llorado contra el fuego. De cada 100 incendios 90 los provoca el hombre en un territorio seco.

Un buen homenaje contra el duelo de La Palma sería visitar su Observatorio de Garafía y aprender astronomía y vida. Según un estudio de la fundación BBVA de hace dos años, el 46% de los españoles no fue capaz de citar el nombre de un solo científico de cualquier época ni nacionalidad. Seguramente tampoco hoy pronunciarían el de una actual estrella de nuestra política, tan necesitada de un Big Bang.

Dicen los expertos que la luna creciente restará vistosidad a las Perseidas que este año serán cinco veces más intensas. La madrugada ideal es la del jueves al viernes. La cita en la que acecha una súbita sombra blanca precipitándose en la noche, borrando su huella conforme cae y se deshace en nada. Yo también me echaré al cielo, pero como los cocineros, soñaré una estrella. Y como también veré de paso una lágrima de San Lorenzo pediré que se recupere pronto La Palma.

Que cada uno de nuestros deseos sea para la isla un brote verde.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es